viernes, 17 de agosto de 2012

O P I N I Ó N



LA INTERNACIONAL NEOMARXISTA DEL BRASIL


En el mundo existen fuerzas poderosas que, desbordando a las naciones y actuando detrás de la línea del horizonte, no son visibles a primera vista. Las grandes agrupaciones ideológicas internacionales, la acción externa y discreta de las grandes potencias, los intereses movilizados por las expectativas de lucro del gran capital, entre otros vectores de poder global, actúan silenciosamente en sus respectivas esferas de influencia, como ahora ocurre con las elecciones peruanas.
Mary O ‘Grady, la conocida columnista del Wall Street Journal, publicó este 9 de mayo un artículo (“The Leftist Threat to Peru’s Prosperity”, WSJ, 09.05.2011) donde advierte a los peruanos sobre la injerencia del partido gobernante del Brasil, el Partido de los Trabajadores, en la campaña electoral de Ollanta Humala. Según esta periodista, el Brasil pretende organizar continentalmente al extremismo comunista, nacionalista, socialista, neomarxista, anarquista, antiglobalista, cocalero, etnicista y guerrillero, mediante una organización fundada por el PT en 1990 – y muy activa hoy en día -, llamada el “Foro de Sao Paulo”, una internacional que busca la resurrección del poder marxista en América Latina.

Si bien Mary O ‘Grady acierta en su análisis político, creemos que esta explicación ideológica resulta insuficiente si no comprendemos bien la geopolítica del Brasil actual y sus ambiciones regionales y globales.

A principios de 1995, como Embajador en misión especial en los EE.UU. y el Canadá, tuve el encargo de hacer una presentación a Henry Kissinger sobre la disputa demarcatoria con el Ecuador. En sus comentarios a ésta, Kissinger expresó dos conceptos fundamentales, aún válidos hoy en día: 1) que no tratáramos el asunto directamente con el Departamento de Estado de los Estados Unidos, pues eran proclives a imponer soluciones políticas, en lugar de considerar los tratados vigentes y los derechos que emanaban de ellos; y, 2) que debíamos buscar la intermediación del Brasil para tratar con los Estados Unidos, pues esa era la potencia regional sudamericana a la cual los EE.UU. escuchaban. Kissinger nos reveló así, sencilla y brillantemente, el importante rol histórico que cumplía el Brasil como intermediario sudamericano ante Washington.

Hoy, ese rol adquiere una mayor entidad. La dimensión geográfica del Brasil, su habitabilidad, su importancia económica y demográfica, así como la multiplicidad de sus fronteras, lo han convertido en el pivote de la historia sudamericana del siglo XXI. Resuelta su carencia de energía con el hallazgo de grandes reservas de petróleo en el mar adyacente, el Brasil puede ahora utilizar sus excedentes de capital para establecer vigorosamente su política de potencia dominante en Sudamérica, a través de la inversión continental en infraestructura, energía y servicios, especialmente en lo que concierne a su proyección hacia el Océano Pacífico.

Siendo gobernado el Brasil de hoy por los neomarxistas del Partido de los Trabajadores, ese rol geopolítico incluye ahora un objetivo ideológico: la expansión del “Socialismo del Siglo XXI” en toda América del Sur, para lo cual se vale del “Foro de Sao Paulo”. En efecto, mientras más estados contestatarios tenga el Brasil en su cartera, más poderosa será su capacidad tradicional de intermediación con los EE.UU. Si, además, hay una afinidad ideológica entre el Brasil y sus clientes o socios, como es el caso de la Argentina, Bolivia, Cuba, Ecuador, Nicaragua, Paraguay, Uruguay y Venezuela, entonces la intermediación se convierte en una demostración de poder regional que da verosimilitud a su aspiración de sentarse algún día entre los grandes en el Consejo de Seguridad de la ONU.

La nueva herramienta geopolítica en el arsenal brasileño es la ideología neomarxista. Por primera vez en su historia, el Brasil tiene un discurso transnacional, capaz de vertebrar voluntades en nuestro continente, más allá de cualquier barrera lingüística o cultural. Pareciera que el Brasil ha encontrado una forma poderosa de “soft power”, de poder ideológico persuasivo, que le permite conseguir aliados políticos en la región y fuera de ella, como es el caso con Irán, reforzando así exponencialmente su rol hegemónico en América del Sur. Antes, esto no ocurría. Así, pues, en la acometida de la política sudamericana del Brasil, se unen hoy la ideología neomarxista y las viejas ambiciones regionales, dándole una nueva y peligrosa potencia a su proverbial proyección geopolítica.



Selva mágica y trágica


La selva amazónica del Perú alberga 806 especies de aves registradas. Registradas, es decir, que aún faltan muchas por descubrir. Tiene la Amazonía nuestra 2.500 especies de mariposas diurnas, del total de 16.000 que hay en el mundo. Plantas superiores (que dan flor), peces que nutren a los selvícolas, árboles majestuosos y diversos, que oxigenan el planeta, ríos como el Amazonas (“monarca de los ríos” lo llamó Carlos Germán Amézaga, poeta y pensador peruano), que constituyen una reserva inmensa de agua dulce: todo eso es la Amazonía. Le cae bien por lo tanto la flamante denominación de maravilla mundial.
Ojalá que ese reconocimiento, conferido por la Fundación New Seven Wonders, no sólo sirva para halagar el orgullo nacional y atraer turistas, sino también para que el país reflexione sobre la realidad y las posibilidades de esa inmensa región, así como sobre los peligros que la acechan.

La amenaza proviene de quienes piensan solamente en explotación y depredación, no en defensa del ambiente, de la fauna y flora, y de los seres humanos que la pueblan, la conocen y la defienden.

El portaestandarte de esa amenaza es
Alan García, quien, cuando era presidente, publicó en El Comercio su artículo “El síndrome del perro del hortelano”. Allí predicó, sin tapujos, la conveniencia de entregar en la selva concesiones de 5.000, 10.000 o 20.000 hectáreas para la explotación privada.

Hace años, en la extinta Antena Uno Radio, el dirigente de un pueblo amazónico me explicó que allí, debido a los residuos químicos de una explotación petrolera, los peces habían desaparecido, y con ello un recurso alimentario. Además, no había ya especies de aves que se alimentaban también de los peces.

El sucio negocio de la droga rompe asimismo en la selva la cadena de vida. Los residuos químicos que emplea van a dar a acequias, de allí pasan a los ríos.

En el bosque de sombra y verde eternos se refugia una de las últimas señales de convivencia pacífica entre el hombre y la naturaleza.

En “Regionalismo y centralismo” de los 7 ensayos, José Carlos Mariátegui dedica una extensa nota de pie de página a la anarquista loretana Miguelina Acosta Cárdenas, que había estudiado en
Suiza y activaba en el movimiento obrero (fue gran colaboradora de mi padre, Delfín Lévano) y era pionera en los estudios amazónicos. Allí, el Amauta recuerda que no se debe confiar en recursos contingentes. Francisco García Calderón en Le Pérou contemporain había llegado a sostener que en el caucho estaba el porvenir del Perú. “Todos compartieron esta ilusión”, anota Mariátegui.

La gran luchadora murió joven. Pero tiene herederos en los líderes de la selva y en los científicos sociales y escritores que estudian y defienden la
Amazonía.


Paradojas católicas

La vehemencia del Vaticano por adueñarse de la Universidad Católica y de sus bienes puede acabar por favorecerla. Para empezar, al intentar quitarle los títulos eclesiásticos de Pontificia y Católica, le estaría dejando el notable nombre de Universidad del Perú, repitiendo así el fenómeno de las viejas universidades medievales, cuyas nominaciones de pontificias y reales se desvanecieron en la historia mientras su prestigio crecía.

El debate tiene rasgos tan retrógrados por parte de los papistas, que da la impresión de que hemos vuelto a la querella de las investiduras y a los pleitos de güelfos y gibelinos. Hay desde los que truenan por imponer un improbable derecho canónico como en tiempos de la Colonia, hasta los que arguyen temerosos supuestas violaciones del derecho internacional y nos hacen sentir a punto de ser invadidos por la Guardia Suiza.

En este contexto quien está volviendo a la palestra es nada menos que don José de la Riva Agüero y Osma, Marqués de Montealegre y Aulestia. Este notable intelectual fue miembro de la generación arielista, a la que pertenecieron Francisco y Ventura García Calderón, Víctor Andrés Belaunde, Oscar Miró Quesada y José Gálvez Barrenechea. Luis Alberto Sánchez los llamó los “conservadores progresistas” por su ilustración, su amor al
Perú y su vocación por estar al tanto del pensamiento de su época.

Riva Agüero fue el más intenso, apasionado y voluble de los miembros de esa hornada. Partidario radical de Manuel González Prada en su juventud, fue luego un liberal de polendas. Al final del gobierno de Leguía viajó a Italia y retornó católico, fascista y noble. Tanto que acabó de ministro de Sánchez Cerro. Si alguna constante hubo en su trayectoria fue una marcada sospecha del carácter acomodaticio de la jerarquía eclesiástica, siempre gobiernista.

Quizás ello explique porqué dejó sus bienes, primero a
San Marcos y luego a la Católica, pues no a la Iglesia, que se quedó sin el ambicionado Fundo Pando. Por eso los abogados del reino de los cielos hacen malabares en un cabello de ángel para demostrar la propiedad vaticana de la Universidad, por encima de las leyes peruanas.

Otra paradoja interesante es que la disputa por la ahora próspera propiedad inmobiliaria ha estado aletargada por años. Se reaviva por razones crematísticas pero también ideológicas. Mientras la dirección estuvo en una línea conservadora, no había problema y esto coincidía con el bajo precio del metro cuadrado de la heredad.

Los rectorados progresistas de Salomón Lerner y Marcial Rubio, además del impulso académico, coinciden con el auge económico y el nombramiento de un cardenal del Opus Dei. Es decir el más rancio espíritu de los banqueros de Dios se apropia entonces de la Iglesia en el
Perú.

Es otro espíritu, el de Riva Agüero, que luego de estar en el gobierno acabó desilusionado de la politiquería, el que prefirió siempre a la universidad por encima del oficialismo perpetuo de la curia.

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