viernes, 31 de agosto de 2012

A C T U A L I D A D



Mario Vargas Llosa y la decadencia cultural de nuestro tiempo

 En su reciente obra, “La civilización del espectáculo“, Mario Vargas Llosa explora un tema sumamente delicado y controvertido, pero cuya inmediata actualidad y relevancia hacía impostergable su cometido: la decadencia cultural que en todas sus múltiples dimensiones corroe nuestra época.  

El declive cultural de nuestro tiempo en realidad no es un tema reciente, mucha tinta se ha derrochado en ello a largo de las ultimas décadas; lo nuevo es la manera tan aguda, intensa y casi visceral como Mario Vargas Llosa aborda el asunto.  

Por otro lado, éste es un tema que por la inherente complejidad del mismo, e independientemente de la manera en que se examine la cuestión, es imposible evitar lesionar susceptibilidades ideológicas, religiosas, políticas, artísticas, o simplemente aquellas percepciones ordinarias que todos tenemos respecto al estado actual de la cultura.  Por esta simple razón este es un tema que tiene la potencialidad de resultar sumamente polémico y controvertido.  Polémico porque Vargas Llosa no sólo analiza y denuncia, de manera clara y directa, la decadencia cultural, sino que proclama, sin pelos en la lengua, la caducidad de la misma.

Vargas Llosa afirma que los valores culturales tradicionales están siendo suplantados por el surgimiento y rápida consolidación de lo que el escritor denomina “la civilización del espectáculo” en la cual “el primer lugar en la tabla de valores vigente lo ocupa el entretenimiento, y donde divertirse, escapar del aburrimiento, es la pasión universal”. 

En principio, cabe aclarar, Mario Vargas Llosa no critica la natural inclinación o apetencia humana por divertirse y entretenerse, sino el hecho de que este principio se haya convertido en el valor supremo que rige nuestra conducta y que está produciendo como consecuencia “la banalización de la cultura, la generalización de la frivolidad y, en el campo de la información, que prolifere el periodismo irresponsable de la chismografía y el escandalo.”  En suma, una cultura carente de la profundidad, seriedad y respeto por aquellos valores éticos y morales tradicionales que la sustentaban.

Vargas Llosa reconoce que son muchos los avances que la humanidad ha logrado durante los dos últimos siglos tanto en el campo científico y tecnológico como en el político, social y económico.  Pero, paradójicamente, a pesar de estos adelantos o quizá como resultado de este rápido e incesante progreso que se ha logrado en las ultimas décadas, la cultura tradicional ha ido gradualmente perdiendo aquellos atributos que no sólo la constituían en depositaria de los valores humanos más nobles, sino que era también la fuente impulsadora, inspiradora y creadora de las obras más excelsas del espíritu humano y el motor que impulsaba la permanente y desinteresada lucha por mejorar la calidad de nuestra existencia.  Esa cultura, según el escritor peruano, ha cesado de existir y su caducidad está impactando todas las dimensiones en que la misma se manifiesta en el seno de nuestra sociedad: desde la literatura, el arte, la política, la religión, la educación, la economía y por supuesto la liberalización sexual.  

Aunque concuerdo con la mayoría de los postulados de nuestro compatriota Mario Vargas Llosa, estoy en absoluto desacuerdo en que la corrupción que merma los cimientos del sistema tanto político como económico, es una consecuencia directa de la decadencia cultural por la que atravesamos.  En mi opinión, sucede todo los contrario. 

El sistema capitalista es, fundamentalmente, un sistema económico basado en la dinámica de invertir capital para obtener una ganancia, un beneficio, o una utilidad.  Lo cual, claro está, es lo más natural del mundo.  Toda inversión constituye un riesgo, por lo tanto es lógico asumir que ese riesgo conlleva una compensación.  El peligro radica en que en la mayoría de los casos, especialmente en los dos últimos siglos, el objetivo primario se ha convertido, ahora, en tratar de maximizar, potenciar y optimizar la ganancia o beneficio a toda costa.  Y ese maximizar la ganancia a toda costa es el elemento que altera la dinámica económica y, a su vez, constituye la causa principal de los grandes problemas sociales que confrontamos hoy en día. 

Porque ese principio de tratar de maximizar beneficios a toda costa, estimula directamente el desarrollo del interés individual en sacrificio del interés social o colectivo.  Esta dinámica es la que está produciendo el monopolio, la concentración de la riqueza, la explotación sin control de los recursos naturales, la acumulación fraudulenta del poder, la corrupción política y, naturalmente, la inequidad económica, la desigualdad social y, por consiguiente, la decadencia cultural.

Es la corrupción inherente en el sistema económico moderno el que ha ido socavando y mermando gradualmente los principios éticos y morales en los cuales se fundamentaba la cultura tradicional occidental y acelerando su declive; y no lo contrario como afirma nuestro admirado Premio Nobel, que la corrupción en el sistema económico y político es el resultado de la decadencia en el ámbito cultural.
  

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