viernes, 8 de noviembre de 2013

LA POBREZA EN EL DEBATE.
 
 
Augusto Álvarez RodrichDentro del ruido político que hay en el país, es positivo que los políticos estén discutiendo sobre política social, aunque lo negativo sea la calidad del debate, focalizado en destruir al oponente antes que en mejorar los programas sociales.
 
Ver a los políticos discutir sobre políticas públicas para reducir pobreza o atacar la desnutrición infantil no deja de ser estimulante en medio del lodazal que caracteriza cotidianamente a la política nacional.
 
Esto es fundamental porque este lustro político debe ser el del crecimiento con inclusión. Esa fue la demanda ciudadana en la última elección, un mérito que se le debe reconocer al entonces candidato y hoy presidente Ollanta Humala.
 
Hoy existe conciencia en todos lados en el país, en la política y en los negocios –desde las pymes hasta el directorio de la Confiep–, en que un crecimiento económico sin una inclusión de más gente en los beneficios del progreso, constituye un escenario no sostenible en el tiempo.
 
Está muy bien, por ello, que los políticos debatan sobre el diseño, efectividad y resultados de los programas sociales, pues este asunto constituye –o debiera constituir– lo medular de este lustro político.
 
Está muy bien, en este sentido, que la oposición enfile sus baterías contra el gobierno por este tema, pues fuerza a este a tener que exponer los fundamentos de estas políticas públicas, a demostrar la idoneidad de los indicadores escogidos para evaluar su ejecución, y a defender los resultados alcanzados.
 
Lo malo del debate que está ocurriendo, sin embargo, es que, antes que concentrarse en la calidad de las políticas públicas para reducir la pobreza, lo que destaca es la pobreza de las intervenciones públicas de los que participan en este debate.
 
Ni el presidente debiera picarse por los comentarios de la ex primera dama Pilar Nores sobre las políticas sociales del gobierno, ni hace bien el ex presidente Alan García al convocar a su hoy archirrival Ollanta Humala “a un debate público sobre la política social y sus resultados” en un formato que él no aceptaría si hoy fuera el jefe de Estado.
 
La calidad del debate político peruano es, sin duda, muy baja, lo cual es una lástima pues está demostrado que la turbulencia política es un fenómeno que perjudica las perspectivas económicas, tal como acaba de concluir un reporte reciente de Standard & Poors sobre la calificación crediticia peruana.
 
La construcción de un clima más propicio para un debate que promueva mejores políticas públicas, y que fuerce realmente al gobierno a elevar la calidad de dichos programas, debiera ser un objetivo central de la gestión del nuevo premier César Villanueva, aunque eso hoy parezca una misión imposible

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