jueves, 28 de noviembre de 2013

HAY QUE VIVIR Y LEER PARA ESCRIBIR.
 
 
CUANDO QUEREMOS ESCRIBIR aquello que buscamos recrear de la realidad que nos rodea o de aquella que es parte constitutiva nuestra, pensamos muchas veces que, para poner en práctica el arte de la literatura, solo debemos encontrar el género y el estilo más adecuados para desarrollarlo.
 
Recurrimos, entonces, a la preceptiva para ordenar nuestras ideas, darles una forma sobre la base de la sintaxis y las demás reglas gramaticales, olvidando que para dar a luz una obra el primer paso debe ser vivir la realidad de la que somos parte. Este vivir es no solo recibir las impresiones que nos proporciona el mundo, sino percibirlas con todos nuestros sentidos y nuestra mente. Dejarnos marcar por todo aquello que la realidad suscita en nuestro fuero íntimo (alegrías, tristezas, melancolías, congojas, desazones, euforias, iras, conmiseraciones, interrogantes). 

El recorrer esta realidad con viajes o visitas a la misma a través de nuestra familia, comunidad local, provincial, regional o a otros países ampliará, sin duda, nuestra visión del mundo, de la sociedad y las personas, lo mismo que enriquecerá nuestras vivencias y nuestro espíritu creativo.
 
Todo esto nos permitirá leer la existencia propia y ajena, descifrarla, con la ayuda de obras literarias que posibiliten que profundicemos estos conocimientos y aumenten el caudal de nuestro bagaje cultural. La lectura es un potente combustible para llevarnos a penetrar en campos con múltiples riquezas y matices que serán fuentes inagotables  para coger motivos de permanentes realizaciones literarias.
 
Quien no lee no será capaz de articular su propia palabra hablada o escrita, no será capaz de escribir creativamente, esto es, de hacer literatura.  
 
Leer, en este caso, es como una gimnasia del lenguaje. Para escribir debemos experimentar vivencias de todo tipo que, inevitablemente, pasarán por el tamiz de nuestros valores éticos y culturales, de nuestras simpatías y antipatías, de nuestros amores y desamores, pasiones e indiferencias. 
No es posible parir de otra manera una obra literaria, pues no somos seres inocuos, sino seres humanos amantados por los enormes senos de nuestro tiempo y formados como personas desde el espacio donde estamos ubicados. 
 
Decir que el que escribe literatura es una persona imparcial, libre de posiciones definidas, es mentir. Tal como si dijéramos que para evitar la humedad, siempre presente en el clima limeño, debemos dejar de respirar.
 
Quien pretenda escribir creativamente debe asumir vivir la vida con sus riesgos, desafíos y oportunidades y debe saber leer la realidad, sino será presa fácil de las apariencias, de los fantasmas o de las caricaturas humanas que en forma numerosa deambulan por nuestras calles y plazas, nuestros caminos.
 

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