miércoles, 5 de diciembre de 2012

O P I N I Ó N

Un país serio
 

Aunque ningún país puede declararse libre de la amenaza nacionalista y de arrebatos de pasional patriotismo, una de las más arraigadas creencias chilenas es que nuestro país es internacionalmente admirado por ser una nación seria, cuya palabra vale y cuyo respeto a los acuerdos, tratados y pactos es ampliamente reconocido y admirado. Chile puede no estar de acuerdo con un fallo, pero ninguna pérdida territorial amerita poner en riesgo la reputación de Chile como un país que cumple su palabra.
 
 
Difícilmente puede haber una posición más incómoda para un país que enfrentar un diferendo limítrofe donde todo parece indicar que se deberá entregar territorio.
 
El hecho de que el cambio en la línea fronteriza se dé en territorio marítimo, y no terrestre, ayuda a minimizar el efecto negativo de un fallo adverso. Aunque el potencial económico de la zona en disputa sea enorme, la gente igual valora más el territorio terrestre que el marítimo. Ningún líder nacionalista podrá ir a hacer una marcha en el territorio que dejará de ser chileno. Un fallo adverso para Chile en la frontera marítima tendrá menores efectos en la opinión pública que un fallo que, por ejemplo, obligue a redefinir las fronteras terrestres con Argentina.
 
Además, el hecho de que la disputa territorial sea con Perú y no con Argentina también contribuye a reducir el efecto negativo de un fallo adverso. Después de todo, Chile resultó victorioso en la Guerra del Pacífico. El territorio en disputa es una parte mínima del territorio, terrestre y marítimo, que Chile obtuvo como resultado de la guerra de 1879. Distinto hubiera sido si el territorio en litigio siempre hubiera pertenecido a Chile. Por último, como ojos que no ven, corazón que no siente, el hecho de que el territorio esté localizado en una zona visitada sólo por una minoría de chilenos ayuda a reducir los efectos negativos de un fallo desfavorable.
 
Es verdad que nadie sabe cómo fallará el tribunal. Pero la actitud cautelosa del gobierno y de la clase política chilena—y el evidente entusiasmo en el Perú—hacen pensar que habrá más razones para festejar en Lima que en Santiago cuando la corte entregue su veredicto.
 
Pero después de que se acaben los fuegos artificiales y baje la intensidad de las pasiones nacionalistas, cuando el fallo de La Haya ya sea historia, los chilenos podremos seguir alimentando nuestro propio relato nacionalista y dar rienda suelta a nuestros propios motivos de orgulloso patriótico. El que Chile acate el fallo de la corte de La Haya, por más adverso que resulte, será nuestro principal motivo de orgullo.
 
En contraste con otros países de la región, Chile respeta y acata los fallos de los tribunales competentes. A diferencia de otros, Chile ha sido, es y será un país serio. Después de todo, no hay mejor remedio para el discurso nacionalista que una respuesta igualmente nacionalista que, además, contribuye a construir un relato republicano, democrático y respetable en la arena internacional.
 
 
 
Importancia y no importancia del fallo de La Haya
 
Raúl WienerLos medios aseguran que el proceso que se ha iniciado en La Haya es el hecho más importante de lo que va del siglo o tal vez desde la independencia o quizás antes. En todo caso, que lo que unos jueces van a resolver en unos meses será determinante para el futuro del país.
Pero, al mismo tiempo, indican que no debemos alterarnos, que igual es ganar o perder, que el fallo tendrá que respetarse así no nos guste y habrá que conformarse si nos quedamos como estamos, con menos mar que el que deberíamos tener en la zona sur.

El lenguaje no puede ser más ambivalente: hay que tensarse para acompañar a los agentes
peruanos en su esfuerzo ante la Corte Internacional y destensarse por si el resultado nos resulta adverso.

Podría resumirse que el asunto es importante si ganamos y menos importante si perdemos. Complejidades de la diplomacia y de la justicia internacional. Pero quizás el fondo de la cuestión sea que el
Perú necesita de La Victoria para superar el complejo de perdedor con el que han crecido todas las generaciones a partir de 1879 y Chile requiera aunque sea de una pequeña derrota para lograr mirar como igual a su vecino al que humilló por las armas.

Los
peruanos que insistimos que no hay límite marítimo pactado entre los dos países, sabemos que Chile tiene de hecho el control del espacio marítimo que se discute y que el fundamento del que se vale son dos acuerdos económicos de menor rango a un tratado, referidos a la pesca de los años 1952 y 1954.

Pero la pregunta que siempre quedará sin resolver es ¿por qué existen ambos acuerdos y a cuenta de qué el
Perú de la época de Odría cedió derechos pesqueros que Chile convirtió en soberanos y que ahora son toda su argumentación jurídica ante la Corte?

Se hicieron, sin duda, porque aquí ha habido un resentimiento profundo de país vencido y educado en la derrota que está enraizado en la población, y una política concesiva y temerosa de la élite frente al vecino del sur, más exitoso económicamente, más articulado socialmente y más armado militarmente.

Que la dictadura de Odría cediera derechos que no tenía que ceder y que las derechas todavía tengan recuerdos nostálgicos hacia el tirano antinacional, que fue bien querido por la inversión extranjera, es un dato histórico, como lo es aquella frase inolvidable de
Alan García: “y si se molestan los Chilenos”, con la que graficó el ánimo con el que llevó el caso ante La Haya.

En realidad el
Perú está colocado no solo ante un contencioso jurídico de puro derecho, como se dice en los medios cargados de titulares sobre el diferendo marítimo, sino una vez más ante el juicio histórico de sus clases dirigentes, esas que dicen que aquí lo “ineficiente” fue la reforma y afirmación nacional de Velasco que ha hecho sentirse más peruanos a muchísimas personas antes marginadas del Estado, y los gobiernos regionales y locales a cargo de la izquierda con todos sus problemas, cuando ellas crearon la nación de las frustraciones y los triunfos simbólicos que aún tenemos ante nuestros ojos.

Ojalá al
Perú le vaya de lo mejor en La Haya. Pero el hacernos respetar en el mundo depende mucho más de nosotros que de los más justos jueces.

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