sábado, 23 de marzo de 2013

O P I N I Ó N

Del periodismo al activismo

Claudia Cisneros¿Se puede ser activista y aún seguir siendo un buen periodista? Esa pregunta me ronda desde hace 13 años cuando se pudría el régimen más corrupto y corruptor. Para quienes consideramos la honestidad como un valor en sí mismo y uno de los mayores bienes que debemos resguardar, era más que difícil no tomar posición. Todo lo que durante años se sospechó o someramente desnudó, se hizo evidencia en esos videos que retrataban la prostitución de toda institución mediante amenazas u obscenas sumas de dinero.

Recuerdo la noche en que mientras leía las noticias en vivo, se difundía el video del dueño del canal recibiendo su sucio dinero. Decidí de inmediato renunciar como única opción. Recordé y entendí su desesperación, días atrás, en que llegó de un salto felino hasta el set de TV a increparme un cambio que yo había realizado en el texto de la noticia sobre la campaña reeleccionista de Fujimori. El texto en el prompter decía “...para la reelección del presidente Fujimori”. Yo le añadí: “…para la 3ra e inconstitucional para muchos re-re-elección de Alberto Fujimori”.

Parece hoy nimio, pero hay que recordar que Fujimori –electo en 1990 y reelecto en 1995– intentaba un 3er período que la ley no permitía. Entonces hizo dar la llamada “ley de interpretación auténtica” en la que sus juristas a sueldo argumentaban que tras el autogolpe del 92 y la nueva Constitución, lo del 90 ya no contaba como 1er mandato sino el del 95. Por tanto la del 2000 era, sería, según ellos, su 2do período. Por supuesto defendí ante Schütz mi derecho a añadir información relevante y cierta, y noches después, al verlo con Montesinos en video, entendí su destemplada reacción.

Así de tramposo era el fujimorismo. Legalizaba con argucias sus atropellos más visibles. Siempre usó la mentira para conseguir y quedarse en el poder: dijo no shock e hizo shock; cerró el Congreso y se aseguró poder hegemónico; permitió que su familia robara ropa de donaciones para pobres y cuando su esposa los denunció, la sometió a maltratos y torturas denunciadas por ella (aunque luego se haya retractado en el calor de los nietos). Fujimori perdonó con su firma a los asesinos de Colina, su ejército paralelo que mataba a inocentes y sospechosos sin preguntar.

Todo el país era una gran mentira con los medios de comunicación alineados por dinero contándonos cómo no era la realidad. Era una irrespirable pesadilla vivir en ese Perú. Y muy complicado contarle a la audiencia estadounidense, a través de CNN con la que empecé a trabajar, qué pasaba aquí. Debía informar con desapasionamiento esforzado porque lo que acá pasaba me dolía, me carcomía el espíritu como a muchos.

Y tenía que buscar y difundir también las explicaciones, los ampaymesalvo, las mentiras sobre las mentiras del fujimorismo, porque eran versión oficial, porque eran “la otra versión”, cuando en el fondo uno sabía que no eran más que pantomima de salvataje; como fugarse y renunciar por fax; como postular al senado japonés; como negar a Montesinos y luego hacerse ojitos en el juicio; como callar en las preguntas más comprometedoras del juicio o gritar “soy inocente”; como jamás ofrecer sinceras disculpas por el daño causado; como sus fotos y cuadros; su lengua inflamada, su matrimonio japonés; la venta de su casa; los estudios de sus hijos; como usar un cáncer que ya no tiene para redituar compasión.

Como todo lo que ha sido y sigue siendo el fujimorismo: mentira, abuso, transgresión, delitos y violación, una y otra vez de la verdad y los derechos de todos. Si a estar en contra de todo ello, si a denunciarlo, si a no querer de nuevo esa infección política para el Perú se le llama activismo, sí, soy activista de mi país.



¿Dónde están los héroes?


Claudia Cisneros“Pronto se perdió la última esperanza y todos los jefes de la plaza caían tendidos a su alrededor, en el calvario del Morro. Un instante más, y los enemigos iban a arrancar de la mano helada de su cadáver, la espada que llevaba el escudo de la patria y que ésta le había ordenado conservar sin mancha. El delirio del patriotismo abrazó como una llamarada su corazón y su cerebro. Las tradiciones patrias se inoculan insensiblemente en el corazón de los hombres y son el secreto de los hechos heroicos. Arrojó su espada centelleante al abismo, tornó brida, espoleó su  caballo y se lanzó con él en el espacio siguiendo los vívidos rayos del acero. La cabalgadura rodó hasta la orilla del mar; el cadáver de Ugarte quedó sobre una roca del despeñadero; allí está aún a las miradas del enemigo, del navegante extranjero, de nuestros propios hijos, del Universo todo.

Esa roca es casi un altar. Constituye de hoy en adelante la más sublime lección para las generaciones peruanas del presente y del porvenir. ¡Ah! ¡Felices los que saben morir engrandeciendo el nombre de la Patria!

No; el mundo entero podrá decir que hemos sido vencidos; mas no que estamos envilecidos o deshonrados…”. (LBC)

No soy belicista, tampoco patriotera, pero sí quiero a este país que nos engrana. Amo no sólo su pasado –imponente y esforzado– también su futuro y sus posibilidades. Me importa no sólo lo que le pasa a mi vida, a la de mis hijos o mi familia, también me importan los peruanos.

Y me importa que nos importe a todos. Como le importó a Alfonso Ugarte, por ejemplo, un hombre que ni siquiera era militar hasta que declarada la guerra se enroló voluntariamente para defendernos, a todos, de la arremetida de un enemigo que nos pulverizaba. Incluso financió el batallón que comandó. Gracias a la compilación de la obra del primer poeta coronado del Perú Luis Benjamín Cisneros, presentada por el genealogista (tío) Gonzalo Cisneros, me ha llegado este texto a las manos y al alma. Tantas veces puesto en duda el valor del último acto de Ugarte, Luis Benjamín me permite reencontrarme con este héroe de otros tiempos. Cisneros escribió este homenaje a Ugarte en 1880, a poco de sucedida la Batalla de Arica, lo que le infunde confianza de retrato fiel.

La obra de Luis Benjamín conmueve por su amor profundo al país. Desde su primera obra teatral presentada frente a Ramón Castilla: El pabellón peruano, pasando por la dramática historia de amor de su novela “Julia”, en la que muestra el ideal de país y los valores que anhelaba para todos.

Luis Benjamín –amigo de Ricardo Palma y otros ilustres– imprimió ese amor no sólo en el arte, también en los números. Considerado uno de los referentes económicos de su época con Manuel Pardo, presentó al gobierno al mismísimo Dreyfuss y ayudó en el diseño del contrato. También formó parte de RREE. Todo bajo el mismo influjo de dar al país.

Entiendo ahora que el amor a la patria en mí, está enraizado desde muy atrás, lo llevo en las venas. Y no puedo dejar de preguntarme entre la preocupación y la desazón: ¿Dónde están nuestros héroes hoy? Ya no los de guerra, sino los de paz.

¿Dónde están los hombres y mujeres que aman a la patria y se ofrecen a dirigirla, encaminarla, guiarla? Esos que ocupan los puestos públicos y de gobierno y los que quieren ocuparlos, ¿es justo que la mayoría de esos “líderes” sean aprovechados sin mayor rumbo que sus ambiciones personales?

¿Una escoria de la sociedad arranchándose a mordidas las cuotas de poder que engordan sus arcas, empobrecen nuestros futuros y envilecen el alma de la nación? No pedimos que se inmolen, que se tiren del Morro; sólo que sean gente, que les importe la gente. Que les importe.

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