viernes, 10 de mayo de 2013

E D I T O R I A L

LA GLORIA DESPUÉS DE LA MUERTE
 
 
Según los historiadores, Cristobal Colón murió sin saber que había descubierto el nuevo continente. Este enigma, capricho del destino, se repite con la pasión, lucha (...), que entregó a la vida Javier Diez Canseco Císneros; sempiterno defensor de los derechos humanos y creyente de la justicia.
 

Ocurrió, que él también murió sin saber que sería reconocido, amado, después del umbral de su muerte. Paradigma de una vida, puesto de manifiesto desde el mismo momento que se anunció el fin de ella. OH, que capricho del destino. ¿Por qué no podemos irnos de este mundo llevándonos la calificación que causamos por nuestra presencia?; puntualmente apreciando, si fuimos gratos y el mundo nos amó como nosotros lo hicimos.
 

Toda una legendaria lucha la del compañero Javier Diez Canseco, como la titánica hazaña de cruzar con esfuerzo todo un océano; hazaña, basta y edificante. Pero, ¡maldita sea!, él nunca llegó a saber que su esfuerzo no fue infructuoso. Se lo negaron por mezquindad, por miseria política. La enemistad política se asoció negándo su validez histórica, no tuvieron la sinceridad para reconocer sus tesis, su espíritu titánico, expresivo, propio de una ave rara.

 
 
A la hora de conducir su féretro al descanso eterno, allí recién nació el inmortal, la gloria sembrada con el admirable testimonio del sacrificio. Delante de la memoria de Javier muerto, desfilaron los hipócritas, los vacíos, los lascivos. Allí, a esa cita llegaron los canallas políticos que por dañar lo calumniaron. Rabiosos enemigos gratuitos en oraciones paganas trataban de disculpar sus felonías.

 
 
Pero también llegó a despedirlo el Perú bueno, el pueblo pobre razón de ser de sus ideas y sentimientos. Estuvieron los exponentes de la cultura política. La izquierda marxista se conmovió por la inequívoca trascendencia de un gran luchador. Al ¡carajo! las seudas interpretaciones, clasificadoras de absurdas posiciones que ubican al hombre a la izquierda o a la derecha. Javier, vale por su espíritu, su integridad.

 
 
Javier tocó la gloria por su transcendencia que labró con sus actos, su limpieza política, porque la interpretó con sentido ético. Evidenció que el verdadero sentido de la política es la decencia, la honradez, la granítica fortaleza para defender con el calor de la vida la pasión de sus ideas.

 
 
La historia se crispa, al evidenciar una despedida emanando sentimientos puros, un desfile de actos y comportamientos sublimes, metafóricos, místicos; todos al unísono en nombre de la razón mas allá de la vida, le otorgaron la condecoración tardía que le reconocía como un hombre puro, limpio, extraordinario. Lamentablemente el actor de la condecoración había partido. EL TREN QUE LO CONDUCÍA A LA GLORIA YA LLEVABA MUCHAS HORAS EN DISTANCIA DE ESTA TIERRA MEZQUINA.

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