sábado, 4 de mayo de 2013

Adictos al silencio

Renato CisnerosA la pareja presidencial no le gustan las preguntas complicadas. Las rehúyen, las evitan, las oyen con el mismo recelo y tensión con que un niño oye a lo lejos un taladro de dentista. Eso sí: hay que reconocer que la pareja presidencial tiene diversas y pulidas técnicas para sortear el hostigamiento periodístico. Él, por ejemplo, ante una consulta embarazosa, contrae histriónicamente el mentón en una mueca como de escaldadura, disuelve el foco de su mirada, y en seguida invita al reportero de turno a elaborar una interrogante más apropiada a su estado de ánimo. La otra tarde, durante la inspección de las obras del tren de Lima, alguien hizo mención de las críticas surgidas a raíz de su viaje de respaldo a cierto bigotón tropical. “Estamos hablando del Metro, solo preguntas del Metro”, alegó, confundiendo el casco de ingeniero que circunstancialmente llevaba con el de militar que ya no usa.

Pero si él opta por esa suerte de reduccionismo argumentativo, su esposa encuentra en el desvarío temático un mejor recurso para salir del aprieto. El martes pasado, inquirida directamente por la investigación que le ha iniciado la Contraloría, ella soltó una reflexión sobre la importancia del Foro Económico Mundial (¿?). Que nadie se extrañe si la próxima vez que le tocan el espinoso tema de su candidatura presidencial, ella decida de pronto resaltar las bondades proteicas de la quinua.

Qué se hace. Así de selectivos son los huéspedes de Palacio: ante los asuntos ásperos caen en el monosilabismo petulante, en esa parquedad de realeza europea que no corresponde a dos peruanos que ejercen una función encomendada temporalmente por miles de compatriotas que, en la práctica, son sus jefes inmediatos y constitucionales. Ellos fueron elegidos –en realidad solo él, pero se impone el plural– por una población que urge respuestas. Lo mínimo que deberían hacer es no brincarse tan desfachatadamente las preguntas.  

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