viernes, 26 de abril de 2013

Los “jaladores de Dios” en las calles


En muchas oportunidades, cuando vamos a cruzar la calzada que desemboca en una avenida, un conjunto de brazos y voces nos pide subir a un vehículo que tiene un determinado destino. En otros casos, oímos un

 vocerío confuso de decenas de personas que con las manos extendidas nos invitan a ingresar a un lugar donde se ofrecen variados productos, entre ellos platos de nuestra vasta gastronomía.

Esas personas ejercen un oficio que denominamos "jaladores", "impulsadores" o "anfitriones", según la clase de negocio en el que ofertan mercaderías o servicios.

Hay otro tipo de mercaderes de las calles que van expendiendo caramelos, chocolates u otros productos llevando niños en sus brazos o de la mano, el objetivo es evidente: convencer al posible comprador "trabajándolo al sentimiento".

Junto a estos vendedores ambulantes encontramos otro grupo, conformado por individuos marginales que nos hablan de cómo Jesús, el dios de los cristianos, les cambió la vida totalmente después de haber vivido años bajo las garras de las drogas y el alcohol que los había convertido en verdaderos guiñapos humanos.

Ellos afirman que ahora son otras personas, que  trabajan para arrancar de las garras del vicio a sus semejantes, y que para continuar con esta labor requieren apoyo económico, lo cual consiguen  con la venta de golosinas.

Estos "jaladores de Dios" buscan, dentro de sus posibilidades y limitaciones, transmitir a quienes los escuchan la esperanza de que la vida siempre nos da oportunidades mediante una entrega incondicional a Dios, y de paso ganan algunas monedas.

En el pensamiento colectivo hay más posibilidad de aceptar ser solidario con el pobre o el pobre extremo.

Los peruanos somos un pueblo solidario con el desvalido, con aquel que no tiene oportunidades de aspirar a un trabajo digno y que tiene que recurrir a pequeños "negocios" para poder subsistir.

Pero, ¿hasta qué punto creer en la sinceridad de quien invoca el nombre de Dios para ganarse la vida y confiesa haber sido alcohólico crónico, drogadicto o haber vivido en la promiscuidad?

¿Hasta qué punto creer en la sinceridad de quien invoca el nombre de Dios para ganarse la vida y confiesa haber sido alcohólico crónico, drogadicto o haber vivido en la promiscuidad?

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