lunes, 22 de abril de 2013

"Diálogos de los muertos"


En esta genial historia de Luciano de Samosata, Diógenes invita al filósofo cínico Menipo para que vaya a la morada del Hades a burlarse junto con él de lo mucho que sufren los ricos, sátrapas y tiranos: "Aquí son sombras insignificantes pagando con gemidos sus vilezas". Menipo acepta la invitación, pero ya en la laguna subterránea que conduce a la mansión de los muertos se encuentran con la sorpresa de que la barca de Caronte está en mal estado y, por tanto, han de viajar ligeros de equipaje. El propio Caronte ordena a los difuntos que deben dejar en tierra todo lo que no sirve. Carmóleo de Megara, ¡oh tristeza!, tiene que desprenderse de su belleza y vanidad. Lampico, tirano de Cela, debe arrojar su riqueza y orgullo, su manto y diadema, la crueldad y la insolencia. El atleta Damasias ha de dejar su fuerza y sus coronas de victoria.

El noble Cratón es obligado a arrojar por la borda los títulos de sus antepasados, su gloria personal y ni siquiera debe hablar de ello ni del sepulcro levantado en su honor, pues la sola mención de esas cosas es un peso demasiado grande para la barca. El falso filósofo es conminado a despojarse de la ignorancia y la vanidad. El orador, de la verborrea y la hinchazón del lenguaje. Solo Menipo no se desprende de sus bienes y cuando los otros pasajeros exigen que deje en tierra la sinceridad, el buen humor, la nobleza del alma y la indiferencia ante la riqueza, el poder y la muerte, el propio Caronte lo autoriza a conservarlos calificándolos de "ligeros, fáciles de transportar y útiles para la travesía".

Lo anterior, pese a las apariencias, es en realidad un discurso político de pica, odio, venganza y despecho de los intelectuales contra los afortunados. Desde siempre, los intelectuales se han creído los mejores representantes de la sociedad; pero como no sabían labrar la tierra, ni dominaban el arte de la espada y del comercio, tuvieron que convertirse en mendigos ilustrados, alimentándose de las migajas de hombres como el noble Cratón. Esta enojosa realidad de ayer y de ahora, es lo que convierte a los intelectuales en simpatizantes de todo lo que tienda a subvertir la sociedad. Por esto no entienden de realidades, y cuando de vez en cuando salen de su burbuja, como esa amiga de Susana Villarán, se sorprenden de esos "cholos ricos horrorosos" que los ofenden con su éxito.

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