jueves, 25 de abril de 2013

C U L T U R A

Vallejo, raíz y alma de la nación

Esta semana se conmemoran 75 años de la muerte de César Vallejo Mendoza, uno de los peruanos más celebrados en el mundo. Fue tan grande e innovadora su poesía que para Thomas Merton, poeta y pensador estadounidense, es el más destacado poeta universal después de Dante.

En la salsa de mi profesión, que data de 1949, he escrito y editado incontables notas periodísticas sobre Vallejo, incluso la de un escándalo protagonizado por Georgette Philipport, que, aferrada a su recuerdo, defendió la obra de su esposo a capa y espada hasta su último suspiro. A través de los años, me fui percatando del ascenso de su figura, al punto que hoy todo el mundo conoce la sublime universalidad de los versos del vate de Santiago de Chuco.

De él se ha dicho todo, o casi todo. Por eso dedico esta nota a contar algunos hechos poco conocidos de su vida.

Desde muy joven, el poeta se vio atraído por la capital. Estuvo en Lima tres veces. En 1911, luego de abandonar sus estudios de Letras en Trujillo, vino para estudiar Medicina, pero no demoró en descubrir que esa no era su vocación. A su retorno a Trujillo, reanudó sus estudios de Letras y, a la vez, fue profesor de primaria en el famoso colegio San Juan.

En 1917, abandonó sus estudios de jurisprudencia que había iniciado dos años atrás y volvió a Lima. En esta ocasión se relacionó con los más grandes poetas y escritores peruanos de la época. Con Valdelomar hizo muy buenas migas. Cuando este murió –en noviembre de 1919–, Vallejo escribió una nota muy sentida: "Abraham Valdelomar ha muerto", dice la pizarra de un diario. "A las 4 de la tarde he leído estas líneas incomprensibles, y hasta este momento no quieren quedarse en mi corazón... Abraham ha muerto. A esta hora vuela la noticia. Pero, ¿es posible?... ¡Oh, esto es horrible!... Hermano en el dolor y en la belleza, hermano en Dios. Abraham, tú no puedes haberte ido para siempre; es imposible. Solo, como cuando viajabas, hermano estás ausente...".

Con Europa ya en su mente, optó por viajar otra vez a su pueblo natal, donde lo implicaron en una reyerta pueblerina que terminó con un incendio y el saqueo de una casa. Estuvo preso tres meses, y aunque su comportamiento quedó esclarecido, ese hecho marcaría su vida.

En marzo de 1921, volvió otra vez a Lima. Ángela Ramos tenía un recuerdo imborrable del vate. Lo conoció personalmente en la librería La Aurora Literaria –en la calle Baquíjano, casi frente a La Prensa–, lugar obligado de encuentro de los escritores de la época. Ángela ha sido quizá la persona que mejor ha descrito al poeta:

"Vallejo me produjo una impresión muy fuerte con sus ojos profundos, su melena negra y lacia, sus arrugas que le trabajaban el rostro y su gran frente. Era un hombre de finos modales y de actitud siempre discreta. A los diez minutos nos tuteamos como viejos amigos. Él era bohemio y yo también, advirtiendo que he sido la única mujer de letras que ha sido bohemia en el Perú."

En Lima siguió ejerciendo la docencia. En marzo de 1922 presentó Trilce. Un año después se embarcó a Francia. Y acaso sin imaginarlo, nunca más regresaría al Perú.

Ya en París, en 1926 se enamoró de Georgette, y al año siguiente empezaron a compartir sus vidas. En 1929 viajaron a Rusia, y de regreso a su casa parisina el poeta fue expulsado de Francia debido a sus actividades políticas. La pareja se trasladó a España, entonces un hervidero. Allí Vallejo se relacionó con lo más graneado de la intelectualidad ibérica: Unamuno, García Lorca, Alberti, entre otros.

Al año siguiente, el vate y Georgette volvieron a París: el veto contra él había caducado. Eran tiempos difíciles. Vallejo solo abandonó aquella ciudad para asistir a un Congreso de Escritores Antifascistas. A su retorno enfermó gravemente. Treinta y tres días después –el 15 de abril de 1938– partió a la eternidad.

Por entonces, la poesía de Vallejo aún no había arrebatado a la intelectualidad limeña. Incluso Luis Alberto Sánchez, el intelectual más reputado de esa época, no le dio la bienvenida que merecía. Fue así hasta 1938, cuando el crítico Estuardo Núñez proclamó a Vallejo como "el primer poeta del Perú" en su libro Panorama actual de la poesía peruana. Nadie, hasta entonces, había dicho eso.

Raúl Porras Barrenechea, nuestro notable historiador, encontró el libro de Núñez en la mesa de noche del cuarto del hospital donde acababa de morir el poeta. "Es la prueba de que Vallejo llegó a conocer que en el Perú alguien escribía sobre él", me dijo en una entrevista en 2001 el propio Estuardo Núñez.

A inicios de la década de 1950, aún joven y hermosa, Georgette llegó a Lima. Su equipaje contenía los poemas, cuentos y novelas que años después iban a maravillar al mundo entero.

El reconocimiento mundial de la obra del vate ha llegado a tal punto que el año pasado Google le rindió homenaje en un emotivo doodle (sitio web cuyas páginas pueden ser editadas por múltiples voluntarios a través del navegador web).

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