miércoles, 13 de febrero de 2013

M U N D O

Un Papa en apuros
 

El Vaticano, dentro y fuera.En activo en el cine italiano desde 1974, Nanni Moretti (Brodiano, Alto Adigio, 1953) ha desarrollado una carrera muy personal como autor (una docena de filmes, que escribe o coescribe) y actor (tanto en sus películas como en las de sus colegas), de la que en Lima apenas si se han visto La misa ha terminado (1986), Caro diario (1994) y La habitación del hijo (2001, Palma de Oro en Cannes). En el último decenio, además de ser una de las figuras civiles públicas opuestas a Berlusconi, sólo ha dirigido Il caimano (2006) y Habemus papam (2011), además de encarnar al atormentado padre de Caos calmo (2008, Antonello Grimaldi).
 
Vamos a la historia: muere el Papa y los cardenales entran en cónclave. Luego de varias votaciones caen los favoritos y logra consenso el cardenal Melville (Michel Piccoli), quien acepta, pero cuando va a ser presentado entra en crisis personal al temer no estar a la altura del cargo. La ceremonia se suspende, los cardenales siguen en el Vaticano, se trae a un psicoanalista (Nanni Moretti) para que hable con Melville. Poco después, y en un descuido, el elegido escapa a sus guardianes e inicia una errancia por Roma: quiere pensar antes de decidir.
 
La puesta en escena se desarrolla en dos espacios muy marcados: el de la crisis íntima del elegido (un notable Michel Piccoli), inicialmente dentro pero luego fuera del Vaticano, y la gran pregunta que suscita: ¿tiene derecho a dudar? Después de todo, es la voluntad divina la que se expresa a través de sus pares. Sin embargo, no es una crisis de creencia la que muestra Melville (el nombre remite al Bartleby del cuento Herman Melville y a su famosa frase: “preferiría no hacerlo”) sino una de aptitud, cuyas claves tratan de indagar inútilmente tanto el psicoanalista como su ex esposa y colega (Margherita Buy) remontándose a problemas de infancia o acaso a una vocación primera frustrada (la atracción que sobre Melville ejerce el teatro a través del grupo que ensaya una puesta de La gaviota de Chejov).
 
El otro espacio es el del cónclave que, al no haberse anunciado el nombre del Papa, sigue abierto, con los cardenales enclaustrados en el Vaticano y el psicoanalista como una especie de magister ludi o encargado de juegos para emplear el tiempo, puesto que queda preso por la obligación de guardar el secreto. Las secuencias en las que organiza un campeonato de vóley entre los prelados o lee a los favoritos sus posibilidades en las apuestas son muy logradas, inmersas todas en ese gran ceremonial que debe proseguir a los ojos del mundo, aunque haya quedado privado de centro, puesto que el elegido no se encuentra entre sus pares.
 
Hay varias cualidades que apreciamos en el tratamiento de Moretti, quien, sin ocultar que la suya es una mirada laica sobre una institución y un ritual milenarios, no abandona en ningún momento una actitud de acercamiento curioso y respetuoso. La sonrisa que suscita con frecuencia Habemus papam no es malvada o agresiva y deriva de la agudeza de sus diálogos, de la ingenuidad algo senil de algunas actitudes humanas (los secundarios que encarnan a los cardenales son formidables) y sus respuestas, en un retrato cálido y no caricatural de un entorno religioso paralizado en el tiempo e incapaz de dar respuesta a una situación que escapa a todo lo previsto.
 
Una de las características del cine de Moretti es que es refractario a todo ceremonial (véase su tratamiento del duelo en La habitación del hijo; de la paternidad en Aprile, etc.), de ahí la curiosidad que suscitaba su elección de uno de los rituales más codificados como entorno de un drama personal, que finalmente tiene que ver con el ejercicio de la libertad. La historia solo registra un caso de renuncia papal en dos mil años, y valía la pena explorar, con los recursos del cine, esta posibilidad.
 
La mirada del cineasta sobre este universo no es ni de rescate ni de condena. Es una mirada de humor melancólico que, es verdad, así como no insiste sobre el lado religioso tampoco lo hace sobre el político, al no presentar la crisis de Melville como una cuestión de poder: no se siente a la altura de la responsabilidad, y es todo. Con sutileza, Habemus papam toma su lugar al lado de La sonrisa de mi madre (Marco Bellocchio, 2002) y La audiencia (Marco Ferreri, 1971) entre las grandes películas vaticanas de un cine laico.

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