miércoles, 30 de enero de 2013

N A C I O N A L

LOS NUEVOS LENINISTAS
 

Ya desde antes de la campaña revocadora “origen de clase” era una expresión que venía ganando terreno. Su uso para descalificar a Susana Villarán en algunos medios ha lanzado la acusación al estrellato. La propuesta es que la mayoría popular que está a favor del SI debe aprovechar para, de paso, deliberadamente votar contra los de arriba.
 
La expresión viene de las explicaciones del marxismo clásico, pero su aplicación práctica a la política corresponde al más puro y duro marxismo-leninismo del siglo XX. La idea fue más o menos que haber nacido proletario legitimaba políticamente, y haber nacido burgués hacía lo contrario. Había excepciones. Lenin, por ejemplo.
 
En el discurso hegemónico de la política peruana las alusiones directas a la clase y raza de las personas han sido en buena medida tabú. Ser pescado en actitud clasista o racista quitaba puntos a un político o a un medio. Esto ha sido parte de lo que ha mantenido marginales a las posiciones extremas, a ambos lados del espectro.
 
Pero ahora estamos viendo la introducción del argumento clasista o racista a los espacios centrales de la política. Que un diario denueste de un político por su origen andino es un sorprendente revival. También que Mauricio Mulder (que sepamos nunca ha sido ML) rescate la fórmula origen de clase, en una entrevista de ayer en este diario.
 
Las agrupaciones de la extrema izquierda doctrinaria deben estar contentas. Se está revelando el verdadero carácter de clase del proceso democrático, y está cayendo la máscara de la igualdad de los ciudadanos. Después de todo votar contra Villarán también puede ser visto como votar contra los sectores altos que mayoritariamente la apoyan.
 
Es difícil rescatar la importancia del origen de clase en las confrontaciones políticas sin aceptar la otra idea de la lucha de clases. Algo así como los pobres de los conos movilizándose, por fortuna solo electoralmente, contra los ricos establecidos de San Isidro, o contra los nuevos prósperos de, digamos, Los Olivos.
 
Alguien podrá decir que las cosas simplemente se han sincerado. Es decir que hay señoras de SJL que lavan ropa en La Molina, y a mucha honra, pero no hay que decirlo. O que hay votantes que se guían por clase y raza a la hora de decidir, pero que nunca lo confesarían. O que la lucha de clases está vigente, pero calladita.
 
Se supone que la democracia liberal y la democracia social, y sus respectivos lenguajes, son dos de las maneras de que el choque de nuestras diferencias no nos destroce como sociedad. La invectiva clasista o racial va a contrapelo de ambas.

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