viernes, 18 de octubre de 2013

O P I N I O N

EL MUNDO DE LA CORRUPCIÓN.
 
 
Sigifredo Orbegoso V.Así como hay un mundo del arte, de las ciencias, de los negocios, de la farándula, etc. también hay – qué duda cabe – el mundo de la corrupción. Como los demás, con sus normas, reglas, organizaciones y personajes.
 
Más en la forma que en el contenido, se confunde con el mundo de la delincuencia. Esta supone acción desembozada, generalmente violenta, de sus actores hasta llegar al crimen. La otra es taimada, menos ostensible, se cuidan las apariencias. Un corrupto no asalta a mano armada pero igual roba, hurta, estafa, defrauda, valiéndose casi siempre de un cargo o situación personal que conduce a engaño. Pero como en el caso de la delincuencia, la conducta del corrupto es dolosa, es decir, deliberada. Solo a un papanatas se le puede ocurrir que un corrupto actúe por “error”. Un policía no cobra una coima por error, ni un juez fija el precio de una sentencia favorable por equivocación. Tampoco en las grandes o pequeñas licitaciones públicas se cobran porcentajes para favorecer a un postor por una confusión. Se hacen intencionadamente porque se quiere medrar, obtener una ganancia ilegal. El error supone hacer algo sin intención, equivocadamente. ¿Cómo alguien puede “mochar” el sueldo a sus empleados por error?
 
Por allí no faltan tampoco unos bobos sospechosos que dicen: “Cualquiera comete un error en la vida”. Son,  sin duda, a los que les sale el inconsciente de quien quiere paliar un hecho gravemente censurable porque se siente también solidario como un miembro de la cofradía. Pues cuántos congresistas aún no denunciados que han hecho lo mismo, quisieran que “no se hagan olas”. Sin duda Urtecho, como él mismo sabe, no es único.
 
Lo que torna más deplorable este escándalo, es que se haya usado para fines nefandos creencias religiosas y una condición personal que demanda respeto y caridad. Esta índole perversa tampoco es digna de conmiseración. Salvo para aquellos que ante delitos tan repugnantes como la pedofilia cometidos por diversas jerarquías sacerdotales, hagan exclamar al purpurado mayor: “Misericordia, no hacer leña del árbol caído”. Las cárceles están llenas de árboles caídos porque estaban podridos, nadie los derribó a hachazos. Esta es una forma de pretender encubrir el delito y a los delincuentes. Y esto tiene los efectos de una complicidad lamentable. Por eso para complacencia de todos, cristianos o no, el Papa Francisco ha hecho muy bien en trazar la línea divisoria entre la corrupción de la índole que fuera: sexual o financiera. Nada de encubrimientos vergonzosos. El Vaticano no puede ser un refugio ni la embajada para los perseguidos por la justicia o para usarla de base de operaciones ilegales. 
 
Hace bien en dormir en un hotel y no en la penumbra de los aposentos infranqueables del Vaticano, pues “los lobos” con los que se está enfrentando son feroces y son muchos. Uno de sus antecesores no lejano – Juan Pablo I - se olvidó tomar precauciones. Lo encontraron muerto a los 33 días de su coronación. Dios debiera proteger a Francisco.

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