miércoles, 23 de octubre de 2013

LA TRIBUNA

EL VIAJE DE PRADO.
 
 
La escala técnica del presidente Humala en París se ha dramatizado. Estaba de viaje con autorización parlamentaria rumbo a Indonesia. Durante su aterrizaje en la ville lumiere, se entrevistó informal y no protocolarmente con el jefe de Estado francés. No fueron días ni horas; solo cuarenta y cinco minutos. Esto se ha querido magnificar y tergiversar para presentarlo como una infracción constitucional. Absurdo fanatismo.
 
El único viaje presidencial condenable en el Perú ha sido el del general Mariano Ignacio Prado, en diciembre de 1879. Dicho presidente, regresó de Arica a Lima, luego de participar en combates contra Chile. José María Quimper, nos dice en un manifiesto: “que cuando tuvo conocimiento de los recursos económicos con que el país contaba; de los encargos hechos y de los elementos de todo orden que tenía preparados, fue irresistible su deseo de marchar personalmente a Europa y Estados Unidos”. Viajó con el seudónimo “John Christian” a bordo del buque “Paita”. La Puerta, el vicepresidente, fue derrocado por Nicolás de Piérola, quien ya había manifestado que: “Tanto el señor general Prado como el señor general La Puerta, han llegado a ser imposibles como jefes de la nación”.
 
Esa salida siniestra, fue considerada entonces –como hoy– una traición, una deserción. Se apoyó tinterillescamente en un decreto promulgado por Prado el 18 de diciembre en el que se autorizaba a sí mismo para salir del Perú en virtud de la resolución legislativa del nueve de mayo de 1879. Pero ese argumento era falaz, porque esta norma lo facultaba a abandonar el territorio patrio hacia el sur; a combatir militarmente en territorio altoperuano al invasor chileno.

 Por eso, en veintidós de mayo de 1880 –seis meses después de la fuga–, en un decreto de Piérola e Iglesias, se privó a Prado del título y de los derechos de ciudadano del Perú y lo condenó a degradación pública tan pronto como pudiera ser habido.
 
Se llamó ignominiosa su conducta y vergonzosa su deserción y fuga. Empero, volvió al Perú voluntariamente en el último decenio del siglo XIX y pese a ser responsable de la pérdida de Tarapacá (1883), se enclaustró pacíficamente en su casa de la calle Mascarón, trasversal de Abancay. Tuvo el triunfo póstumo de la elección dos veces como Presidente de Manuel Prado Ugarteche. En cambio, Augusto Leguía, fidelísimo al Perú y rescatador de Tacna (1929), murió en la cárcel.

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