viernes, 18 de octubre de 2013

CALIDAD UNIVERSITARIA Y SISTEMAS POLÍTICOS.
 
Sigifredo Orbegoso V. Solo por desconocimiento o por tener una visión miope e interesada del problema, se podría aseverar que hay un modelo único de organización universitaria que asegure la calidad de enseñanza superior. Y que ese es el que tenemos, en todo caso adornándolo con unos parchecitos. Así hay quienes creen también que la institucionalidad del Estado está bien como está. Obviamente son los que medran a la sombra de ese Estado como está.

 Volviendo a las universidades, deberíamos recordar que en su evolución histórica, ellas han coexistido con muchos sistemas políticos o modelos ideológicos incluso religiosos, y en todos los casos las ha habido buenas, regulares y malas. Por ejemplo, nadie con dos dedos de frente podría negar que las universidades que a partir de 1917 surgieron junto con el Mundo Socialista de la nada, dejada por los Zares, llegaron a ser grandes universidades de una elevada calidad  científica y tecnológica que con la Academia de Ciencias de la URSS, impulsaron el desarrollo científico a industrial de su Estado hasta convertirlo en una gran potencia, que compitió de igual a igual con las de occidente capitalista. Teniendo a EE.UU como gonfalonero del ultraliberalismo económico y todo lo que ello conlleva. Y, curiosamente, algunos de los rectores de la actual ANR estudiaron en esas universidades, que precisamente no tenían autonomía tal como las entendemos nosotros o algunos de nosotros.

 Pero sin irnos al otro extremo, si nos molestamos en echar una mirada al Ranking de Universidades que diversas entidades internacionales han elaborado para evaluarlas, nos encontraremos que, justamente, no son las que tienen “nuestro” modelo de Ley Universitaria las que están, por largo, en los primeros puestos a escala mundial o latinoamericana. Entonces ¿en qué quedamos? Que no estemos de acuerdo con el modelo propuesto por el Gobierno, porque particularmente no nos conviene o porque consideramos sería nocivo o nefasto para nuestras universidades, perfecto. Pero de allí, convertirlo al modelo vigente  en dogma, no nos parece muy académico ni universitario, y mucho menos satanizar y apostrofar a los que no piensan lo mismo, dentro de los que están muy distinguidos intelectuales, periodistas y hasta prestigiosos exrectores. Además, importantes sectores de la docencia y del estudiantado. Pues los sustitutorios no tienen representación institucional concertada de cada universidad.

 Por otro lado, estimamos que muchas modificaciones, ciertamente podrían funcionar a condición de contar con gobernantes competentes y honestos que no pretendan manipular las instituciones que por su parte también sean manipulables, el cual no es el caso nuestro. Con gobiernos precarios y corruptos nada bueno se puede esperar. Al mismo tiempo, no es posible olvidar que independientemente del sistema que impere, serán determinantes las personas que lo lleven a la práctica. Situación que la podemos verificar ahora mismo. Hay que recordar que las personas han hecho siempre las instituciones y no al revés. Lo ideal sería que la nueva Ley Universitaria sea fruto de un debate serio por ambas partes y no de cabildeos con congresistas siempre interesados, algunos impresentables.
 
 
 
 

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