lunes, 14 de octubre de 2013

LAS REDES DEL CHINO.
 

Renato CisnerosLa soledad del Fundo Barbadillo ha obrado un milagro en Alberto Fujimori: ahora sí cree en la libertad de expresión. Su repentino activismo en Internet es por lo menos insólito, si recordamos que cuando le tocó ser presidente no se molestaba en defender el derecho de opinión, es más, le disgustaba que la gente dijera lo que pensaba, tanto que varios periodistas críticos de su gestión fueron silenciados o torcidos.
 
Aunque sería posible entender su ingreso a las enajenantes y embrutecedoras redes sociales como prueba de su depresión clínica, llama la atención que este señor acceda a Twitter y Facebook con comodidad cuando  la ley le impide contar con soportes tecnológicos. ¿Cómo hace? Fácil: desde un teléfono público al que sí tiene acceso dicta una serie de ideas que más tarde son transformadas en ‘tuits’ por sujetillos que, como sus socios del pasado, son precoces amigos de la sombra.
 
Fujimori ha vuelto a hacer gala de su perniciosa habilidad para acomodar la ley a su favor, y ahora está, enseñoreado en la Diroes, soltando a través de sus ventrílocuos anónimos, delirantes mensajes diarios en los que se jacta, por ejemplo, de poder resolver la inseguridad interna que este gobierno ha dejado crecer. También plantea desactivar el programa Qali Warma y volver al Pronaa; y hasta sugiere que Humala tiene arreglos bajo la mesa para vender gas a Chile. Así, una veintena de provocadores ‘tuits’ le ha bastado para perturbar la agenda política, aprovechando los vacíos del Código Penal y la desconcertante permisividad del INPE, que administra prisiones como si fuesen guarderías.  
 
Creo que la opinión es un derecho que no se le debe escatimar a nadie, pero a la vez encuentro paradójico e indignante que el mismo hombre que consintió que la opinión sea manoseada ahora pretenda ejercerla sin regulación. Hay cien maneras de pisotear la libertad de expresión, y una de ellas es esta: entregarla ciegamente a quien la emputeció durante una década.

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