jueves, 13 de marzo de 2014

PRECURSO DE LA LITERATURA INDIGENISTA.



Fue el primer narrador peruano que se familiarizó con los best seller, como llaman ahora a aquellos libros que se venden como pan caliente. Sus Cuentos andinos y la novela Matalaché, sobre todo, alcanzaron en su época tiradas que excedieron los 20 mil ejemplares. Cifra que ahora, no obstante que el país ha multiplicado descomunalmente su población, está lejos de repetirse.

Enrique López Albújar nació el 23 de noviembre de 1872 en la hacienda Pátapo, de Chiclayo, donde trabajaba su padre. Sin embargo, a los tres meses de nacido sus progenitores −Manuel López y Manuela Albújar, ambos de ascendencia piurana− se trasladaron a Piura, y luego a Morropón, donde vivió hasta los 5 años, edad en la que volvió a la ciudad de los chifles. Allí hizo su educación primaria y retornó cuantas veces pudo durante su vida −de ahí que se considerara más piurano que chiclayano.

En Lima cursó los dos últimos años de secundaria en el colegio Nuestra Señora de Guadalupe, y los 17 años ingresó a la Universidad Mayor de San Marcos para seguir Derecho. En las aulas sanmarquinas se vio fuertemente atraído por la política y el periodismo, medio en el que escribió valientes artículos contra el militarismo que, en esa hora, encarnaban Remigio Morales Bermúdez y Andrés A. Cáceres. Junto con José Santos Chocano, el poeta, y Mariano H. Cornejo, eminencia de la política de aquellos años, editó el semanario La Cachiporra, y luego colaboró en La Tunda.

En ese período afrontó dos juicios por delito de imprenta y fue encarcelado por haber publicado en La Tunda poemas antigobiernistas. Para colmo de males, siguiendo ese triste sino, su tesis de bachiller, titulada La injusticia de la propiedad del suelo, fue rechazada y, en ese trance, no le quedó más remedio que cambiarla por una nada  conflictiva, que llevaba por título ¿Debe o no reformarse el artículo 4.º de la Constitución? Y así, a pesar de ese rosario de desazones, se dio tiempo para publicar su primera obra literaria: Miniaturas, libro de poemas.

En el amanecer del nuevo siglo volvió a Piura, donde se graduó de abogado ante la Corte Superior; lo que ahora debe sonar extraño, pero en esa época, al parecer, era factible.

La política y el periodismo siguieron envolviendo sus días. Por entonces era un fogoso militante del Partido Liberal, que lideraba Augusto Durand, y en ese carácter fundó un comité local del partido. Por otro lado, editó el semanario El amigo del Pueblo, en cuyas páginas libró memorables campañas contra el abuso y el cacicazgo. El hebdomadario fue clausurado por Leguía en 1908 debido a los berrinches que ocasionaban sus denuncias en los círculos del poder.

En 1911 desempeñó interinamente el despacho del juzgado, y luego fue profesor de Historia en el Colegio Nacional de San Miguel; entre los años 1915 y 1916, volvió a su primer amor: el periodismo, para dirigir, esta vez, el semanario El Deber.

En esa coyuntura fue llamado por Durand, a la sazón propietario de La Prensa, para que se encargara de la jefatura de Redacción del diario. Y ejerció ese cargo solo por unos meses, pues, a esa altura de la vida, lo empezó a seducir más la magistratura.

En 1917 viajó a Huánuco como juez de Primera Instancia y 5 años después a Piura, donde, en 1928, fue promovido a la fiscalía interina de la Corte Superior de esta ciudad; de ahí, pasó como vocal, a las cortes de Lambayeque y Tacna hasta obtener, en 1947, su jubilación.

Durante el tiempo que ejerció sus funciones de magistrado, López Albújar no dejó de escribir poemas, novelas y cuentos. Como juez, en diversas regiones del país, especialmente del Ande, recogió historias, dramas y problemas sociales −como el abuso y el maltrato al indio en su tierra−, que luego volcaría en una docena de obras.

Su temperamento y amor por el aborigen de nuestra tierra primó en su producción literaria. Y en esa suerte fue el escritor que inició, en el siglo XX, la nueva corriente indigenista de la narrativa peruana.

Cuentos andinos, publicado en 1920, es, a no dudarlo, su obra cumbre, en tanto Matalaché, su novela más difundida, ha sido llevada al cine y la televisión. De su manojo de libros sobresalen El hechizo de Tomayquichua, De mi casona,  Calderonadas, Los caballeros del delito, y entre otras, Las caridades de la señora de Tordoya, cuentos laureados con el Premio Nacional de Literatura 1955.

Rendido por el peso de los años, ya convertido en el patriarca de las letras, partió a la eternidad el 6 de marzo de 1966. Contaba 94 años de edad.


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