miércoles, 19 de marzo de 2014

La Mariscala
 
Conocí a Nadine Heredia por ser abogado de los Humala, el año 2001, a raíz de su sublevación en que terminaron encarcelados. Hoy uno de ellos está nuevamente preso y el otro ejercitando la presidencia de la República. Nadine era –es– una personalidad vigorosa y lideresca, que sirvió de motor para mi defensa.
 
Se discute sobre el papel que desempeña hoy protagonizando sobresalientes noticias. Pero, hay que recordar que ella es una ciudadana de a pie que no tiene ningún cargo público. Ser Primera Dama es una situación de etiqueta, social, pero no es ninguna función estatal. En el pasado siglo, ninguna de las cónyuges de los jefes de Estado tuvo significación política alguna. Pasemos lista a los presidentes del dicho siglo XX (López de Romaña, Candamo, Calderón, Leguía, Billinghurts, Benavides, Sánchez Cerro, Prado, Bustamante, Odría, Velazco) para comprobarlo. Violeta Correa, segunda cónyuge del Presidente Belaunde, tenía temperamento político, pero no actuó durante su mandato, precisamente, por estar casada con él. Al revés. Pilar Nores, se dedicó a obras sociales. Elianne Karp se la ha pasado pensando en sus cátedras foráneas, sin ninguna intromisión.
 
Pero, el caso de Nadine es distinto y tiene un destino político. Ninguna norma constitucional prohíbe su postulación para suceder al actual jefe de Estado. Se trata de una ley que puede ser derogada o inconstitucionalizada.
 
La única cónyuge de jefe de Estado con actuación pública fue doña Francisca Zubiaga y Bernales, esposa del presidente Agustín Gamarra (1839) con quien casó a los veinte años. Era una señora sumamente guapa. Se le conoció como “La Mariscala” por su temperamento viril. Y es famosísima por haber perseguido en los techos de Lima con el sable desenvainado al general La Fuente y a los enemigos de Palacio. En ocasiones vistió uniforme y participó personalmente en batallas. Doña Pancha, como también es conocida, fue la primera mujer peruana en tener activa participación política.
 
El único precedente, y muy remoto, fue el de doña Ana Borja, esposa del virrey, Pedro Antonio Fernández de Castro, Conde de Lemos. Ese virrey se vio obligado a liderar un ejército en zonas rebeldes de Islay, Arequipa y Puno, dejando a su esposa a cargo del gobierno y de la Audiencia, según Real Cédula de 1667 en la que se dejaba constancia que cada vez que se ausenta de la capital, su dicha esposa se quedaría a cargo del régimen. Tenemos hoy nuestra Mariscala.

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