lunes, 8 de octubre de 2012

 
TV basura, muerte y vergüenza
 
TV basura, muerte y vergüenza El asesinato de Ruth Thalía Sayas, luego de su presentación en el programa El valor de la verdad del impresentable periodista Beto Ortiz, es tomado por los medios de comunicación como un suceso infeliz y fatal, cuyo único culpable sería el ex novio Bryan Romero. El paso de Pedro Pablo Kuczynski -ex candidato a la presidencia de la República, lobista de empresas internacionales y figuretti de la TV, por el mismo programa-, ha sido una especie de bendición salvadora para que todo vuelva al orden y no pase más allá del pan y circo, de no tocar la santa libertad de los medios de comunicación y de apelar al derecho que tendríamos los televidentes de cambiar de canal si un programa no nos gusta. Esta no es una historia que comienza y termina con Beto Ortiz y su aparente inocencia.

Comienza con la necesidad que tiene el señor Baruch Ivcher, dueño del Canal 2 de televisión, de ganar el mayor dinero posible, en el tiempo más corto y con el menor esfuerzo. Con el espíritu de imitadores, que es el único que reina en los predios de la llamada televisión peruana, dicho señor pagó la franquicia del norteamericano Howard Shultz, dueño del programa que explota la veta de comprar y vender la verdad de algunas personas dispuestas a conseguir un poco de dinero exponiendo ante millones de personas sus pequeñas y grandes miserias, como haber sido infiel a su pareja o haber conseguido unos soles a cambio de sus servicios sexuales.

Seguro de su buen ojo para hacer dinero, el personal del canal consigue los auspiciadores que hacen falta entre tantos empresarios que quieren que les compremos sus productos, busca una persona que produzca el programa –la señora Susana Umbert- y una persona apropiada para que asuma la responsabilidad de director-presentador-estrella del nuevo mamarracho presentado como un espectáculo para que los televidentes pasemos gratos momentos y olvidemos los problemas y pesares de la vida cotidiana. El argumento mayor de esas gentes es muy simple: la televisión no forma ni educa, solo divierte. El dueño del canal debe tener sus razones para que Beto Ortiz se encargue de todas esas pequeñas y grandes miserias.

El equipo de producción, bajo la mirada atenta del director-presentador-estrella, busca a las personas que tienen historias sórdidas que contar, que ya tienen suficientes escándalos con
Drogas, infidelidades, alcoholismo, amores con narcotraficantes, o casos nuevos de chicas que se prostituyen y son infieles a sus parejas.

Ganar un poco de dinero fácil, sometiéndose a una supuesta “máquina de la verdad”, es una buena razón para picar el anzuelo. La negociación entre los interesados permite fijar las preguntas, y someter a los padres o parejas a prestarse como cómplices. En estos menesteres, la habilidad de Beto Ortiz parece muy grande por su pasión por vivir al borde de los escándalos con un ego más grande que el Campo de Marte.

Bryan Romero se prestó al juego de aparecer como un cornudo a cambio de un poco de dinero y no sabemos qué tanto más de parte de su ex enamorada como de la productora y el director-presentador-estrella. La revista Caretas contó algo sobre eso. Aparecer como un cornudo ante millones de televidentes, con su propia complicidad, podría ser como una carga de dinamita con la mecha prendida a punto de explotar. Si a la humillación de ser y aparecer como un cornudo se sumase la rabia por no haber conseguido el dinero prometido, y dos o tres razones más que no conocemos, los ingredientes para un espantoso drama estaban reunidos, luego de los minutos de gloria por haber aparecido en un programa de televisión.

Si nos detenemos en este punto del recorrido, son pertinentes algunas preguntas: ¿se ejerce el derecho de
La Libertad como supremo valor humano cuando estos personajes de la TV se sirven de lo peor que anida en los seres humanos para hacer dinero?, ¿hasta cuándo debe aceptarse que los dueños de los medios pueden hacer lo que quieren en nombre de La Libertad? ¿Por qué esos dueños tienen el privilegio de autocontrolarse y no aceptar instancia alguna de control?

Este caso sirve para tener vergüenza una vez más de la televisión de señal abierta. Con el pretexto del rating, los periodistas están dispuestos a todo. Ocurre que Beto Ortiz, considerado en una encuesta de Apoyo como el periodista de mayor influencia en la televisión peruana, es responsable de un lamentable caso de trágicas consecuencias.

Es cierto que él no mató a Ruth Thalía Sayas, pero es igualmente cierto que sin su programa esa muerte no se hubiera producido. Liberarlo de toda responsabilidad es parte de la peruanísima corrupción e impunidad. Si como dicen los
abogados, no está tipificado delito alguno aplicable a Beto Ortiz, sería oportuno que el tema sea examinado a fondo y se encuentre la sanción mayor posible.

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