lunes, 29 de octubre de 2012

O P I N I Ó N

 
Jesús nos cura y nos devuelve la dignidad
 
 
La liturgia de este domingo relata la curación de ciego de Jericó, Bartimeo. Bartimeo es alguien que no deja escapar la ocasión. Oyó que pasaba Jesús, entendió que era la oportunidad de su vida y actuó con rapidez. Jesús devuelve la dignidad a Bartimeo Si nos detenemos a reflexionar sobre el evangelio nos preguntaremos ¿Quién era Bartimeo? ¿Qué era lo que deseaba con todo su corazón? El evangelista lo describe como un hombre ciego, mendigo que estaba sentado al borde del camino. Este hombre estaba marginado de la sociedad, porque al ser ciego no podía trabajar, ni valerse por sí mismo. No podía caminar por la vida en libertad.
 
El ser mendigo es totalmente dependiente de la caridad de los demás; el estar sentado es la postura del que no actúa, del que no se defiende, del que no avanza y como se encuentra al borde del camino es que está fuera de la vida, está marginado. Jesús lo manda a llamar y lo cura le dice “vete, tu fe te ha salvado”. Jesús le devolvió la vista a ese hombre, porque lo liberó de su condición de mendigo, le restituyó su dignidad como persona que las creencias religiosas y la sociedad le habían arrebatado. Bartimeo recuperó la integridad de la vida, el respeto a la persona y la felicidad en el amor de Dios. En nuestra sociedad cuántos Bartimeos se encontrarán en la orilla de nuestras calles que viven marginados, sin esperanza, que viven a espaldas a la sociedad, sin amor, sin ver a Dios ni a los hermanos. ¿Cuánta fe tenemos? En este mes de octubre hemos sido testigos de mucha gente que peregrina, que camina muchas horas de diversos lugares del país para ir al encuentro de Jesús en las imágenes del Señor Cautivo y Señor de Los Milagros. ¿Es esa nuestra fe? ¿Nuestra fe se queda solo en caminar, en peregrinar? Pues la fe de Bartimeo lo hizo gritar a viva voz; su fe lo hizo despojarse de lo único que tenía su manta y corrió al encuentro. En nuestro caminar muchas veces pasamos dolor, penurias, nuestra mente está llena de desesperación y es difícil orar.
 
A pesar de que queremos orar, nuestra boca no está abierta. Nuestra mente se siente frustrada. Sin embargo, en ese momento tenemos que orar como Bartimeo “Jesús, ten misericordia de mí”. Cuando tu hijo te preocupa, se fue de la casa, anda al borde del camino, cuando tu esposo cambió de repente y se puso violento o te fue infiel; cuando nos sintamos solos, cuando tengamos alguna enfermedad que los médicos no pueden sanar; cuando tu empresa se declaró en quiebra o cuando sientas que no te aman que todos te traicionan grita a viva voz “Jesús ten misericordia de mí”. Que en nuestro peregrinar de la vida sepamos abrir bien los ojos ante tantos “Bartimeos” que nos dicen “tened compasión de nosotros”. Personas que viven inmersas en la duda. Hombres y mujeres desconcertados y apabullados por el ambiente dominante. Cristianos que se han cansado de esperar y han desertado del camino de Jesús. Gargantas que han cambiado el “ten compasión de mí, Señor” por el “aléjate de mí, Señor porque veo por mí mismo”. Que lejos de vivir de espalda a las situaciones de dolor y de prueba que viven tantos hermanos nuestros, podamos responderles con toda la fuerza de nuestra fe: ¿Qué quieres que haga por ti?

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