miércoles, 17 de octubre de 2012

O P I N I Ó N

 

Hobsbawm, historiador de la modernidad

Fue uno de los grandes maestros universales. Nació en Alejandría en 1917, hijo de padres judíos, que lo llevaron a Viena, después a Berlín, de donde tuvo que salir, apresuradamente y huérfano, ante el ascenso imparable del fascismo hitleriano.
 
Se instaló en Londres, donde estudió en Cambridge, desarrolló una brillante carrera académica que culminó en el Birbeck College de la Universidad de Londres.
 
Lo escuché, por primera vez, en una conferencia que pronunció en el Instituto de Estudios Peruanos a fines de los años 70. Estaba entonces interesado en los movimientos campesinos en el Perú, particularmente en lo que había sucedido en La Convención, Cusco, en los años 60.
 
A fines de 1981, en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París, me sorprendió escucharlo hablar en un francés tan bueno como su castellano, en una suerte de mitin relámpago, invitado por Jacques Le Goff, para apoyar a Solidaridad de Lech Walesa.
 
Era, en realidad, un políglota, de enorme cultura histórica y un ciudadano del mundo. Margarita Giesecke, quien trabajó su tesis doctoral sobre la insurrección aprista de Trujillo, mencionada por Hobsbawm en la introducción de su Historia del Siglo XX, fue la historiadora peruana que mejor conoció su obra, sus ideas y quien mejor lo utilizó para entender momentos críticos de nuestra historia republicana, como los años 1872 y 1932.
 
Muy joven, en 1936, se incorporó al Partido Comunista Británico y se mantuvo hasta 1991. Es autor de una célebre tetralogía para entender y explicar la modernidad occidental: La era de la revolución (1962), La era del capital (1975), La era del imperio (1987) y La Historia del siglo XX.
 
La edad de los extremos (1994), en la que desarrolló su teoría del "corto" siglo XX, que se inició en 1914, con la Primera Guerra Mundial, y terminó en 1991, con el colapso del socialismo en la Unión Soviética.
 
No podría afirmar si esa tetralogía es más importante que sus innovadores libros como Rebeldes primitivos (1959), que inspiraron tantos estudios sobre movimientos campesinos en el Perú. O Bandidos (1969), que nos permitió entender mejor la presencia y acción de los bandoleros sociales, como Luis Pardo de Chiquián.
 
Otro libro que muchos utilizamos fue Invención de tradiciones (con T. Ranger) y Naciones y nacionalismo desde 1780, que nos mostraron que la nación es un invento de la modernidad, exitoso, eficaz, que le dio sentido y cohesión a la vida de las colectividades que salieron de las monarquías absolutistas.
 
No podría resumir las enseñanzas que dejó Hobsbawm a los historiadores de mi generación, basta decir que nos enseñó a sentirnos útiles socialmente, a encontrar un sentido a nuestro oficio y a pensar la historia desde las periferias sociales, desde donde provienen los destinos colectivos.
 
A pesar de su apego a las propuestas marxistas, nunca fue dogmático, sino más bien fue un crítico aguerrido de Stalin, del stalinismo y de los fascismos europeos.
 
Su interpretación serena, honesta y documentada del siglo XX nos sorprendió profundamente en 1994, al decir que los experimentos socialistas habían concluido y aún fracasado.
 
Era una lectura inteligente y desafiante, desde los imprevisibles resultados del presente. En su Entrevista sobre el siglo XXI, de 2000, vuelve a mirar con entusiasmo el sentido progresivo de la historia. Nunca depuso las banderas que le dio un sentido a su obra, nunca se puso de espaldas a la realidad, siempre la encaró y la calificó de la manera más objetiva.
 
Tuvo una especial simpatía por el modelo brasileño que lo expresó en un homenaje público al cumplir 95 años, al considerar a Lula da Silva como "el hombre que ayudó a cambiar el equilibrio del mundo".
 
En su último libro, Cómo cambiar el mundo, de 2011, insistió nuevamente en la historia como pronóstico. "Espero que mi libro ayude a los lectores a reflexionar sobre la cuestión de cuál será su futuro y el de la humanidad en el siglo XXI."

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