miércoles, 10 de octubre de 2012


El poeta que amaba la vida
 
 
La partida de Antonio Cisneros ha golpeado a todos y –signo de los tiempos– apenas se divulgó la mala nueva el pesar inundó las redes sociales. Sus admiradores compartían sus poemas, evocaban esas circunstancias personales que los hicieron tan especiales y, como escribió un amigo en Facebook, una lluvia de poesía en los muros iluminó un día triste. Quienes no lo conocieron personalmente hablaban de él como de un amigo muy querido y quienes tuvimos el privilegio de disfrutar su amistad (para amiguero, Toño) fuimos llegando para darle el último adiós. Toño hizo poemas de gran altura y al mismo tiempo accesibles a muchos, que hermanaban una enorme erudición y el tono coloquial y hasta chonguero de la calle.
 
Toño se fue serenamente, con la misma entereza con que vivió la vida. Tomás Borge (que amaba la poesía, aunque no era correspondido) dijo una vez que el Perú producía poetas inmensos. Es verdad. Algo que fascina a William Rowe: cómo un país pobre, excéntricamente situado y en los márgenes de los circuitos de poder mundial puede producir semejantes poetas. Antonio Cisneros se sitúa sin discusión entre los más grandes. En el bello homenaje que le ha dedicado Peter Élmore (http://bit.ly/Q4KgFP), uno de nuestros más lúcidos críticos literarios, afirma simple y rotundamente que su poesía está entre las mejores de la lengua castellana. Nuevamente es verdad. Antes de su partida ya se sabía que sería inmortal.
 
Toño hizo muchas otras cosas, y bien. Fue profesor universitario, periodista, comunicador de los mejores, viajero impenitente, un promotor cultural que no perdía el tiempo quejándose por el estado de la cultura en el Perú sino buscaba hacerla accesible, que soportaba estoicamente el maltrato del Perú oficial a sus creadores, gran amigo, extraordinario conversador, padre y abuelo amoroso y pareja sin par de su maravillosa compañera, la Negra Luna. No le importaba navegar contra la corriente y era heterodoxo en sus opiniones; nunca pude estar de acuerdo en todo con él pero eso nunca fue óbice para poder disfrutar de esa amistad abierta que brindaba tan generosamente.
 
Siempre he pensado que sólo se puede ser feliz en el Perú si uno es capaz de desarrollar una cierta mirada irónica, y Toño tenía esa ironía en grado sumo, así como una sensibilidad extraordinaria para captar lo inusitado en las circunstancias más ordinarias. Allí quedan sus crónicas recogidas en El arte de envolver pescado, en las que lo cotidiano aparece bañado por una nueva luz y trasmutado en insólito. Pero allí hay apenas una muy pequeña muestra de esa su vena irónica y tierna, que podía mostrar su filo acerado fulgurantemente, como cuando respondió a un maoísta que le recitaba su catecismo que debía ser muy incómodo hacer el amor con el puño en alto. Su anecdotario redondearía la imagen de un gran creador.

 Se fue Toño, pero permanece entre nosotros. Todos tendremos siempre un poema suyo y nuestro. Como los innumerables amantes a quienes “Para hacer el amor” les brindará siempre las palabras justas para nombrar el fuego. O la oración precisa para los creyentes que necesitan desesperadamente paciencia y fe: “Cómo hablar del amor, de las colinas blandas de tu reino, / si habito como un gato en una estaca rodeada por las aguas”.
 
Allí está Toño, el del Caballo Rojo (una biblioteca para los pobres), y Monos y Monadas. El de los diez años compartiendo las “Crónicas del oso hormiguero” desde la radio. El catedrático de San Marcos que se marchó a enseñar algunos años a Huamanga y el director del Instituto Porras Barrenechea y aquel que brindó su reserva inagotable de amigos para hacer del Centro Cultural Garcilaso de la Vega un gran foco de cultura. El que me hizo llorar de risa con sus desventuras de dinosaurio desavisado, buscando donde fumar su cigarrillo en un mundo súbitamente convertido al culto a la buena salud.
 
Allí queda su casa rosada con florones de yeso, al lado del faro del malecón Cisneros, por siempre impregnada de su presencia. “Más allá sólo existen la China, el Japón (suelo decir) aunque en verdad primero están los montes de coral”.

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