miércoles, 21 de agosto de 2013

O P I N I Ó N

LA MALDICIÓN POLÍTICA PERUANA


Acabo de concluir la lectura de un sugerente texto de Agustín Haya de la Torre titulado “La difícil construcción de la comunidad política”1, que propone que en la historia republicana del Perú se ha difundido una serie de discursos antagónicos al proyecto democrático, que impiden nuestra consolidación como una comunidad política liberal, edificada sobre la voluntad general de los ciudadanos.
 
Según Haya de la Torre, el constitucionalismo de Cádiz de 1812 generó una serie de reacciones en los diferentes virreinatos hispanos de América. Sin embargo, en el caso peruano, la prolongación por tres siglos de un sistema político despótico y un esquema social estamental impidió una mejor difusión de las ideas liberales. Es así que nuestras vanguardias libertarias no tuvieron la posibilidad real de establecer vasos comunicantes con las bases de la sociedad colonial, es decir, con el mundo andino y las castas.
 
De esta situación se desprende la precariedad de nuestra República inicial fundada sobre una constitución liberal que, tras ser aprobada, tuvo que ceder su soberanía a los “hombres que hacen la guerra”. Es así que, según Haya de la Torre, “el propósito de una élite de políticos liberales de fundar la casa común sobre normas básicas no duró ni un día”, de lo que se desprende la pregunta central de su análisis, tanto como la naturaleza de la referida maldición: ¿por qué durante casi dos siglos se intenta articular la sociedad política sobre principios constitucionales sin conseguirlo?
 
Para Haya, la razón principal de este fracaso es el autoritarismo, inefable herencia colonial y, simultáneamente, indeseada creación republicana. Desde 1829, con el primer gobierno del general Agustín Gamarra, se advino el autoritarismo al Perú y toda una corriente de pensamiento contrario al liberalismo y al establecimiento de la voluntad general. Con Gamarra se inició la secular confrontación entre democracia y dictadura, pues a él “no le interesa en absoluto el respeto de la Carta Magna”. Más bien, el severo militar promovió un régimen político de corte presidencialista en el cual el Poder Legislativo quedase sujeto a la voluntad del jefe del Estado.
 
Seguidamente, Haya de la Torre nos explica cómo se transforma el autoritarismo debido a la profesionalización de las fuerzas armadas, de la que resultan nuevos usos político-castrenses, más bien comunes al siglo XX, como lo fueron la prohibición de las libertades civiles y políticas, la restricción y persecución de partidos políticos y sindicatos, la domesticación o cierre de los parlamentos, etc.
 
En la segunda parte de su ensayo, Haya analiza un grupo de discursos contrarios a la democracia, como el del fascismo, cuya vigencia en el Perú se extendió hasta fines de la Segunda Guerra Mundial; el mesianismo violento de Sendero Luminoso y el neoliberalismo económico al que le son incómodos los partidos políticos y que, en su versión nacional, prefiere la promoción de candidatos outsiders porque resultan más fáciles de someter a sus intereses, los que no siempre coinciden con la voluntad general.
Ciertamente, el estudio de Agustín Haya de la Torre parte de una base ideológica que encuentra en la democracia y en la justicia social las utopías que orientan el análisis de la política y la sociedad. Por ello he extrañado en su ensayo un acercamiento al rol del APRA en el proceso de construcción del liberalismo político en el Perú, más aún dada su naturaleza dual, de una inobjetable vocación democrática que, sin embargo, no soslaya su organización vertical, la que ya debe adecuarse a los requerimientos de la política contemporánea.
 
Por último, me pregunto si la utopía que persigue Agustín Haya de la Torre –la de la auténtica comunidad política democrática– no requiere algo de voluntarismo y de una clase política que se trace como meta la implementación de políticas educativas para crear a ese ciudadano que es la pieza clave que le falta al complejo ajedrez de nuestro precario liberalismo. Trabajos como el de Haya de la Torre deben servirnos de inspiración para hacer de la lucha por la democracia una buena razón para vivir intensamente la política en el Perú. Vale la pena leerse.

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