martes, 10 de setiembre de 2013

INNOVACIONES TECNOLÓGICAS

TEORÍA DE LA DESTRUCCIÓN CREATIVA.
 
DICEN QUE LA CAPACIDAD de asombro es algo que no debemos perder para mantenernos proactivos. Sin embargo, la cantidad de nuevos productos, tecnologías y métodos que sustituyen a los que ya existían están rompiendo los moldes de la producción y la economía que condicionaban nuestra visión del mercado.

Resulta entonces que la imparable innovación creativa supone no solamente un crecimiento económico, social, cultural y ambiental que contribuye al desarrollo de los países y las sociedades, sino que también implica una transformación profunda del sistema y el desplazamiento de los ejes que constituyen las fuerzas de la producción.

Ahora, en el mercado las empresas también deben adaptarse a entornos que cambian y evolucionan de forma constante para poder perdurar en el tiempo, ya que, al contrario de otras épocas, la diferencia se basa en la innovación más que en el precio.

Este fenómeno no es un descubrimiento nuevo. En la primera mitad del siglo XX, intelectuales de vanguardia, como el economista austríaco Joseph Schumpeter, ya lo vislumbraban.

Al proceso en el que una empresa aporta algo novedoso en el mercado, mejorando los productos ya existentes y generando también un deseo creciente en los consumidores, Schumpeter lo denominó: “La destrucción creativa”.

Y no es que haya planteado una suerte de autodestrucción de los mercados, sino más bien de una insospechada evolución de su dinámica, donde las innovaciones de los emprendedores son la fuerza que hay detrás de un crecimiento económico sostenido a largo plazo, pese a que puedan destruir en el camino el valor de compañías tradicionalmente bien establecidas.

Tenemos entonces que el protagonismo del proceso económico lo está asumiendo, cada día con mayor énfasis, el emprendedor innovador.

Así, el innovador no es un inventor. Este último es generalmente un genio, un técnico/científico. En cambio el primero crea mercados para los inventos de los genios. El innovador se destaca, además, por su perseverancia y por su ambición, no tanto por su genialidad. Su motivación no sería la mera riqueza o el simple hedonismo, sino que sueña con crear un imperio económico, una dinastía empresarial, un nombre, una marca.

Mientras el economista británico John Maynard Keynes y sus seguidores afirmaban que la sola inversión era la respuesta, Schumpeter apostaba porque la economía no era un proceso lineal, cuantitativo, en donde solo hay cifras macroeconómicas, sino que es cambiante, y esa transformación la impulsan, por hoy, las innovaciones tecnológicas.


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