lunes, 23 de setiembre de 2013

El derecho a  la diferencia
 
Todavía muchos países –entre ellos el Perú– no han conquistado plenamente la igualdad; empero ya en algunos países –especialmente en los Estados de derechos desarrollados– se ha empezado a pugnar por un nuevo derecho: a la diferencia. ¿Otra forma de segregación? ¿Volvemos a retroceder? ¿Sentimos nostalgia por el antiguo régimen? No. Simplemente asistimos al debate incipiente por afirmar un nuevo derecho del siglo XXI, que pugna con los principios liberales del siglo XVIII.
 
Los críticos de la modernidad advirtieron que las características más saltantes de la sociedad actual es que homogeniza costumbres y valores de manera masiva. El individuo renuncia a su yo en la multitud, como lo previno José Ortega y Gasset. La economía tiende a estandarizar los procesos productivos y también cosifica las relaciones humanas a grados superlativos.
 
Se pierde la privacidad en medio de los mass media. Lo mismo ocurre con los derechos, estos se hacen tan difusos que lo personal o íntimo termina en una jurisprudencia que pauta conductas individuales de manera general, sin tomar en cuenta particularidades o casos excepcionales en nombre de una igualdad pontificada como absoluta.
 
El caso más emblemático de esta pugna entre igualdad y diferencia se dio en el tema de la prohibición del velo islámico en las escuelas públicas en Francia (2004). El gobierno francés bajo el argumento de hacer respetar el principio de igualdad, que implica la integración de los educandos y a su vez el acatamiento a la neutralidad religiosa del Estado, prohibió la exhibición ostensible de todo símbolo religioso en los colegios: el chado (nombre común del velo islámico), el kipá judío o el crucifijo cristiano.
 
No obstante, en medio de la controversia, la Corte Europea de Derechos Humanos estableció que la prohibición de velos islámicos en escuelas públicas no violaba la libertad religiosa.
Los afectados adujeron que el velo no solo era un símbolo religioso, sino también una manifestación cultural de su identidad, emparentado con sus tradiciones nacionales, que se verá afectada en medio de la islamofobía que se acrecienta por prejuicio en muchos países europeos.
 
Los musulmanes aducen que esta postura del Estado francés los obligará a llevar a sus hijos a escuelas privadas para poder poner en práctica sus identidades religiosas, estableciendo ¡ahora sí! una discriminación de trato por el origen religioso a causa del celoso principio de la igualdad.
 
En este caso ¿quiénes son más intolerantes? Los musulmanes o los laicos. La respuesta no es fácil. Pero qué pasaría en nuestro país si prohibiésemos el hábito morado, el cordón o el detente, o a un niño cuya familia milita en los Israelitas del Nuevo Pacto Universal lo obligásemos legalmente a cortar sus largos cabellos para asistir a la escuela –como sucede hoy ilegalmente en nuestro medio–, pues todas estas manifestaciones religiosas son ostensibles.
 
El derecho a la diferencia implica: soy igual a ti, pero a su vez singular por mi naturaleza, creencias o valores. No soy superior o inferior, sino diferente. No soy repetible, a pesar de la clonación. Precisamente de este reconocimiento surgen los derechos posmodernos más controvertidos: el matrimonio homosexual, la eutanasia o las transformaciones corporales radicales, entre otras muchas controversias existenciales y legales.
 
La igualdad, importante conquista legal de la humanidad, no debe llevarnos a extremos dogmáticos que no admitan inevitables formas de particularismo o diferencia que, razonablemente, deben ser aceptados como un matiz de la igualdad, basado en la tolerancia. De lo contrario tendremos nuevos Espartacos o Mandelas, sin cadenas o grilletes, cuyas trasgresiones están en vestir turbante o hábitos morados.

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