jueves, 19 de setiembre de 2013

¿ES IGUAL EDUCAR QUE CAPACITAR?
 

AL REFLEXIONAR acerca de la calidad y grado de excelencia que necesita la educación en nuestro país, me vino a la memoria aquella frase de Gustave Flaubert: L’homme c’est rien, l’oeuvre c’est tout (El hombre no es nada, su obra lo es todo), entonces concluí que muchos confunden educar con capacitar.
 
Aquellos que solo están capacitados para realizar determinadas labores con eficiencia y eficacia son, sin duda, el soporte para apuntalar el desarrollo y el crecimiento de determinadas áreas del quehacer humano.
 
Pero sus hechos como hombres o mujeres capacitados o capacitadas no son muy advertidos y no trascienden por sí en el tiempo, porque sus productos son el resultado de quienes diseñan o crean las obras que estos o estas ejecutan.
 
Las obras nos dicen la verdadera dimensión de aquellas personas formadas en valores que les permitieron ser creativas y de su capacidad técnica o tecnológica para materializar, para hacer realidad lo que sus mentes elucubraron en su momento.
 
Estas obras que nos definen lo que es educar como un acto de formar al ser humano en los valores éticos más altos que la civilización ha alcanzado y de capacitarlo con métodos y herramientas para que transforme la realidad en beneficio propio y de la colectividad.
 
Educar no es solo formar para que existan personas buenas o hagan el bien, sino, a la vez, para que estas puedan enfrentar con éxito los desafíos de la realidad que pretende condenar a individuos y pueblos a vivir en niveles de indignidad humana.
 
No se trata solo de preparar a los individuos para que realicen brillantes progresos con el cultivo de sus inteligencias múltiples, olvidando o pasando por alto los valores que la ética del bien común y del buen gobierno nos exigen, pues esto trae como consecuencia la proliferación de grandes maestros en la consecución del mal vivir de las mayorías, quienes solo actúan en beneficio propio.
 
En la historia de la humanidad tenemos una galería de obras, de hechos, que nos muestran la trascendencia de estas respecto de sus autores.
 
Para ser hombre o mujer en plenitud debemos dejar huella en la ruta que buscan seguir nuestros pueblos para alcanzar construir sus ideales.
 
No dejar obras es simplemente haber vivido como viven los seres orgánicos inferiores, es no haber existido, no haber sido nada como seres humanos.

 

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