miércoles, 4 de setiembre de 2013

 EL ARRESTO DOMICILIARIO.
 

Soy abusivamente reiterante en la temática del arresto domiciliario. Y es que mi testarudez es réplica a la intransigencia de no ser tolerantes con Alberto Fujimori quien por su edad, salud y viejo título legal, lo legitiman para esta medida. De los expresidentes del Perú, es únicamente con Leguía, que estuvo en la cárcel, el único en estar privado de libertad ante imputaciones penales. Claro, don Augusto no fue condenado porque sus sentencias no le fueron notificadas y murió a los pocos días. En cambio, a Fujimori sí se le ha sancionado y notificado en buena y debida forma. No entro al fondo del tema, pero se trata de un expresidente de la República, que de manera válida, aunque nos duela, tuvo tres mandatos.
 
Es cierto que en su gobierno hubo autoritarismo, empero, soy partidario de la amnistía política general, empezando por la del propio AFF. Pasemos lista a los Presidentes del siglo XX y ninguno fue a la cárcel… salvo Leguía, por lo cual hasta hoy solo hay censuras y lamentaciones por esa injusticia. Allí tenemos el magnífico libro de Carlos Alzamora, recientemente presentado que retrata la macabra persecución que el civilismo hizo de alguien que fue uno de sus líderes. Leguía no debió estar en el Panóptico.
 
Por eso necesitamos ante el espíritu de vendetta surgido en el Perú –y que nada tiene que hacer con la ultra democrática política aprista de 1945, 1956 y 1980 en que se perdonó indiscriminadamente– ¿Quiénes deben estar en arresto domiciliario? No los criminales natos, pero sí, los septuagenarios y más allá, que cometan hechos punibles.
 
Desprecio el coraje sin testículos de los que se rasgan las vestiduras cuando se habla de indultar a Fujimori. Al primero que censuro es al Jefe de Estado, que burocráticamente prefirió mandar a dictámenes de comisiones timoratas –y en el fondo, palaciegas–, la solicitud de indulto o conmutación de pena presentada. Esto habla mal de la índole moral del país. Es un Perú distinto.
 
En las oriflamas de los partidos está inscrita la palabra venganza y no la palabra justicia, término este que comprende el olvido y el propósito de recomenzar. Por eso, vomito ante quienes se exaltan ante la idea de conmutar y arrestar a un individuo anciano decrépito en su propio domicilio. Propongo amnistía general pero si no es viable vayamos forjándola paulatinamente con medidas como la que propongo.

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