lunes, 16 de setiembre de 2013

HUMO Y ESPEJOS.
 
Marco SifuentesEn los viejos dibujos de Garfield había una secuencia que se llamaba algo así como “Si salió en televisión, DEBE.SER.VERDAAAD!!!” que básicamente se dedicaba a presentar los casos más delirantemente falsos, haciéndolos pasar como casos de la vida real. Una versión descafeinada de Laura Bozzo, digamos.
 
Eran otras épocas. Sin idealizar, digamos que hasta el siglo pasado era bastante difícil que los noticieros terminen replicando ese tipo de informaciones o que los periódicos cubran algo que simplemente vieron en la televisión.
 
Ahora todos caemos. Primer caso: Julio Andrade. Protagonizaba un videoclip con una canción que encajaba perfectamente en su estilo (rimas que no riman, reclamos al auricular del teléfono, efectos ochenteros, camisa remangada al borde del mar, etc.). Resultó que era una campaña de un sistema de puntos (“tu segunda moneda”) que “te llevas fácil” cuando compras en determinadas tiendas. Hasta el momento: 500 mil visitas. El viral peruano más popular de todos los tiempos.
 
Segundo caso: ‘Worst. Twerk. Fail. Ever’. Un video popular de una chica que se grababa a sí misma bailando, sola en su cuarto, iluminada por velas, la versión gringa del perreo, conocida como twerking. En el paroxismo de su interpretación, se apoya contra la puerta de su cuarto y baila de cabeza; de pronto entra alguien a su cuarto y ella cae sobre las velas y se incendia su pantalón. Fin del video. Hasta el momento: 10 millones de visitas.
 
La versión uncut del video muestra a Jimmy Kimmel, popular conductor de un programa nocturno estadounidense, entrando a escena apenas se incendian los pantalones de la chica, que resultó ser una doble de acción. Y todo el video resultó falso. Una broma del programa para ver qué tan lejos podía llegar el video. Y sí que llegó lejos. Lo pasaron en noticieros gringos y peruanos. Lo posteamos todos acompañados de sesudos comentarios sobre qué impulsa a una chica a grabar un video como ese y, a pesar de todo, subirlo a la red.
 
Hasta hace unos años, pocos pero parecen tan lejanos, la queja constante era que los medios masivos no le daban importancia a lo que ocurría en las redes. Para ellos, Internet no existía salvo para mandar correos.
 
Ahora, es al revés. No hay programa que no tenga cuenta en Twitter y su propio hashtag. Ni hay noticiero que no tenga por lo menos cinco minutos o más de una selección de los videos más llamativos de YouTube (la mayoría de ellos demostradamente falsos, pero qué importa: si está en Internet, debe ser verdad). En las versiones online de los medios masivos es obligatoria la nota diaria sobre “los memes que se burlan de… (inserte cualquier tema aquí, desde Toledo hasta la selección de fútbol)”.
 
De pronto los periodistas descubrimos que Internet es una gran fuente de relleno de entretenimiento que podemos hacer pasar por información. Con cada vez menos recursos para producir contenido propio, original, bajo estándares mínimos de calidad, los medios optaron por copiar y pegar lo que sea que el editor de turno se encuentre en su timeline. No importa si es mentira, no importa si es verdad. Lo que importa es que dé risa. Ja-ja.

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