viernes, 14 de setiembre de 2012

C U L T U R A L

 
 
Caral y el amanecer de la civilización 
 
Existen lugares que deslumbran y fascinan desde el instante mismo en que uno posa la mirada en ellos. Se podría decir de ellos que es amor a primera vista. Son lugares que despiertan la curiosidad y estimulan la imaginación. Lugares que por su grandiosidad, ubicación geográfica, o complejidad arquitectónica exigen una explicación racional a sus existencias, pero incluso la misma ciencia se revela, en muchos casos, inadecuada para penetrar sus velados misterios. Quizás esto explique la abundancia de teorías y especulaciones sensacionalistas e insólitas respecto a sus orígenes. Como, por ejemplo, aquellas que afirman que fueron obras construidas por razas superiores ya extintas o alegan sus orígenes a seres extraterrestres.

Es indiscutible que algunos de estos grandiosos vestigios arquitectónicos permanecerán eternamente envueltos en la bruma del misterio; misterio que es precisamente de donde emana ese enigmático elemento de encanto que nos atrae a los mismos. Lugares míticos e inaccesibles a la mayoría de los seres humanos, como Nínive y Babilonia, las pirámides de Egipto, Stonehenge en Inglaterra, Monte Albán y Chichen Itzá en México, Tikal en Guatemala y Machu Picchu en nuestra patria.

Son lugares donde la pericia, la destreza y la inteligencia del hombre se aunaron con el entorno natural para crear obras portentosas que continúan retando, algunas con más vigor que otras, los efectos corrosivos del tiempo. Son lugares que obstinadamente se niegan a perderse en el olvido.

El complejo monumental de Caral situado en el valle del Supe es uno de ellos. Tuve la inmensa fortuna de recorrer sus ruinas milenarias hace muy poco tiempo. Rescatado a la historia moderna por la antropóloga Ruth Shade, Caral es un vasto complejo de terrazas y pirámides truncadas que cubre una extensión aproximada de 65 hectáreas. Su antigüedad aproximada de 5,000 años lo convierte en el centro urbano más antiguo del continente americano.

Obviamente Caral no tiene el dramatismo, ni el encanto místico, o el entorno impresionante y majestuoso de los Andes donde está enclavado Machu Picchu. El enclave geográfico de Caral es más austero, más sobrio, pero no por ello menos fascinante. Caral cautiva, impresiona y afecta de manera diferente que Machu Picchu. Pero, la riqueza de su existencia radica realmente en su significado. Y quizá a ello se deba el hecho de que no haya despertado el interés del turismo convencional ni el del propio gobierno para invertir los recursos necesarios para garantizar su continua protección e impulsar y estimular el turismo nacional para que nuestros compatriotas puedan apreciar la abundante riqueza de nuestro pasado.
 
Muchísimo más antiguo que Machu Picchu, la relevancia histórica de Caral no radica en la complejidad de su arquitectura, de por si impresionante, sino en el hecho de constituir, por un lado, un hito primordial en el acontecer histórico del continente americano y, por el otro, por su significado en el contexto del devenir evolutivo de toda la humanidad. Allí radica su trascendencia.

Caral no sólo es una especie de madre cultural -ovario creador- de todas las culturas subsiguientes que dominaron nuestra rica veta histórica Pre-Colombina, sino también que constituye un monumento, afortunadamente protegido y preservado por el desierto, que nos revela como pudo ser la compleja transición de un modo de existencia más simple –nómada- a otro más complejo: el comienzo de la vida urbana propiamente dicha.

Tanto Machu Picchu como Caral son patrimonios culturales heredados de nuestros ancestros, tesoros arqueológicos valiosísimos que además de contener inherentemente su propio valor cultural e histórico, son también monumentos alegóricos que celebran el innato deseo de los seres humanos de trascender las limitaciones físicas y temporales que nuestra humana condición impone. Allí radica la universalidad de los mismos.

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