El mercado libre y la inversión extranjera.
Los
sistemas económicos puros o perfectos existen solo en teoría. En la realidad los sistemas económicos, por
necesidad pragmática, son sistemas híbridos, mezclas que resultan de la
variopinta interpretación de la teoría por gobiernos de diversa orientación
política, como también de las particulares necesidades históricas de una
sociedad determinada. Este es el caso de
la denominada economía de "mercado libre" que, en sus variadas formas, rige las transacciones
económicas a nivel local, nacional e internacional de la mayoría de los países
occidentales.
Cabe
recordar, en principio, que toda transacción económica es, fundamentalmente, un
acuerdo o contrato tácito entre vendedor y consumidor llevada a cabo de acuerdo
a las exigencias que la oferta y la demanda imponen. Sabemos, igualmente, que el objetivo primario
y último de todo vendedor o productor es encontrar acceso a un mercado que
compre y consuma los bienes por ellos vendidos o producidos. Aunque la dinámica de este proceso es
diferente de acuerdo a la complejidad del negocio, el principio que rige toda
actividad comercial es el mismo tanto para el vendedor ambulante, el vendedor que
tiene un puesto o una tienda en el mercado, como para una compañía nacional o corporación
multinacional. En todos estos casos, y
esto debe de quedar claramente establecido, el propósito y objetivo último de
todo negocio, independientemente de la naturaleza de la mercancía o modo de
producción, es obviamente la ganancia, el dividendo, el lucro, la utilidad o el
beneficio económico propiamente dicho.
Por
otro lado, toda actividad económica, por naturaleza, no es estática, fluctúa de
acuerdo a diversos factores muchas veces fuera del control tanto del vendedor
como del consumidor. Factores como, por
ejemplo, los cambios de gobierno, las crisis económicas cíclicas, la
aceleración en el desarrollo, la tasa de crecimiento, la facilidad de los préstamos,
el desempleo, los precios de combustibles, la accesibilidad o carencia de las
materias primas, etc. Pero entre todos
los factores que impactan directamente la dinámica de la economía de mercado libre, el
más destacado es, obviamente, el de la libre competencia. Libre competencia que a su vez sirve para
estimular la innovación, para mejorar la calidad de la mercadería, para incentivar
la creación y lanzamiento de nuevos productos, pero sobretodo para crear una
atmósfera que resulte en precios competitivos para el consumidor.
El tema
de la libre competencia es, por otro lado, un asunto bastante complicado,
controvertido y delicado porque implica perspectivas y puntos de vista, a veces
antagónicos, entre el vendedor por un lado, y el consumidor por el otro. Muchas veces lo que le conviene al vendedor es
antitético a los intereses del consumidor y viceversa. E incluso, muchas veces, lo que les conviene
a ambos va en contra de los intereses de la comunidad o nación. Este fenómeno sucede a nivel local, nacional y
global. Por esta razón existen leyes,
decretos, códigos, estatutos, disposiciones, cuyo objetivo específico es regular,
supervisar y vigilar que no se cometan abusos, irregularidades, infracciones, concentración
de bienes en monopolios; en suma, garantizar la legalidad y transparencia de toda
transacción comercial.
Aunque
la existencia de estas legislaciones es requisito indispensable, el aspecto
crítico en este proceso es la implementación eficaz y rigurosa de las
mismas. Toda ley que no sea
implementada de manera efectiva es una ley virtualmente inexistente y por la tanto
conduce al delito y a la corrupción tanto a nivel local, nacional como global. A nivel transnacional existen acuerdos,
tratados y alianzas entre los países involucrados cuyo objetivo es precisamente
garantizar que el intercambio comercial y las transacciones económicas se
desarrollen en un contexto jurídico legal conveniente a ambos países y a los
ciudadanos de los mismos.
Aunque
el papel o función de las inversiones extranjeras en el vasto y complejo
proceso que es el mercado libre no deja de ser controvertido; lo que no puede
negarse es que la inversión extranjera juega un papel fundamental en la
economía moderna global y es uno de los factores determinantes en el desarrollo económico de
muchos países en diversas áreas del planeta, incluida Latinoamérica.
La
inversión extranjera bien coordenada, planificada, e integrada sistemáticamente
en la economía de un país, crea trabajo, introduce nuevas tecnologías, explora
modos de producción más eficiente, incrementa la productividad, estimula el
desarrollo de infraestructuras para facilitar la distribución de productos de
una región a otra, abre el acceso a nuevos mercados y facilita el ingreso de un
país a la economía global, todo lo cual eventualmente tiene un impacto en el
mejoramiento del nivel de vida de sus ciudadanos. Por lo tanto, no es que las inversiones extranjeras
por naturaleza sean malsanas y dañinas, sino que es imperativo que estas se
lleven a cabo dentro de un marco legal vigente.
En este caso, es el estado receptor, mediante sus regulaciones e
instituciones, quien tiene la responsabilidad de velar por los intereses y el
bienestar de sus ciudadanos y, con más celo aun, garantizar la protección de
los recursos naturales para que no sean explotados en detrimento de la nación y
de la integridad del medio ambiente, necesario para nuestra supervivencia.
No
debemos olvidar, asimismo, que el propósito directo de toda inversión no es ni
el altruismo ni la filantropía, sino crear las condiciones necesarias para
optimizar el beneficio fiduciario, o maximizar la rentabilidad de dicha
inversión. Este propósito se logra de
diversas maneras, como por ejemplo: acceso a mano de obra barata, exoneración
de impuestos, costes de producción bajos, acceso fácil a materias primas, y
obtención de privilegios arancelarios, entre otras cosas.
Desafortunadamente,
en nuestro país, la mayoría de las veces este objetivo se alcanza mediante el
soborno, la compra directa o indirecta de influencias políticas, y creando
elites locales con privilegios especiales cuyo propósito es el de proteger
únicamente sus intereses privados y los del inversionista. El resultado directo de este proceso es, naturalmente,
la corrupción sistémica en la que se encuentran involucrados diversos estratos
y sectores de la actividad económica, tanto a nivel local como nacional.
El
peligro de las inversiones extranjeras no radica en las inversiones propiamente
dichas sino en la ineptitud de las instituciones u organismos locales y
nacionales para regularlas de manera eficiente.
Y es precisamente en este perenne fracaso de los gobiernos para
implementar las leyes de manera efectiva donde, históricamente hablando,
radican los males asociados con la
inversión extranjera en nuestro país, y donde reside igualmente la amenaza a la
violentación de nuestra integridad y a soberanía nacional.
En el siglo
XXI, ninguna nación, por muy rica y desarrollada que sea, puede darse el lujo
de aislarse económicamente por la sencilla razón de que es imposible, hoy en
día, ser completamente autosuficiente, la economía del mundo está
interconectada y funciona en términos globales.
Todas las naciones modernas, incluido el Perú, buscan mercados para
colocar sus productos y a su vez éstas se han convertido en mercado para los
productos de otras naciones. Para
facilitar el comercio o intercambio económico a escala global se han creado
Comunidades, Grupos, Alianzas, Tratados o Acuerdos Bilaterales o Multilaterales
con el propósito de garantizar la legalidad de tales transacciones y el
beneficio mutuo.
Ésta es
la realidad histórica contemporánea del siglo XXI, y es necesario aceptarla y adaptarse a ella porque
es inevitable. No se puede vivir al
margen de la historia porque en ello va
la supervivencia de una nación. Debo
admitir que puede parecer una redundancia, pero es necesario recalcar, una vez
más, que el acceso al mercado global es libre, de allí su denominación
"mercado libre", pero no es gratis; es necesario pagar un precio para
ello, y la magnitud del precio indudablemente depende de la situación económica
y política, y de la madurez social y cultural de una nación. En los países en vías de desarrollo, el
riesgo de las inversiones extranjeras radica en el fracaso gubernamental para garantizar
que las leyes o regulaciones se cumplan debidamente y sin excepciones,
salvaguardando la legalidad y la transparencia en el sistema económico vigente.
La lasitud, la inoperancia y la
ineficiencia de los gobiernos locales y nacionales es lo que fomenta la
corrupción, los abusos, las irregularidades, y la impunidad de las violaciones,
infligiendo con ello un incalculable daño a la prosperidad, al progreso, y al desarrollo
concertado de la nación y, por ende, al bienestar de todos sus ciudadanos.
HILDEYARDO RAMIREZ PAREDES
PROFESOR AUSTIN USA
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