martes, 13 de mayo de 2014

LA TRIBUNA

NO A LA PENA DE MUERTE

Imagen de Javier Valle RiestraEn el estado de Oklahoma (USA), se acaba de perpetrar un crimen judicial al ejecutar a un sentenciado. El hombre fue juzgado y condenado a muerte por haber asesinado a una joven. Tenía treinta y ocho años y el martes 29 de abril, recibió una inyección letal, mezcla de tres sustancias. El procedimiento debía durar siete minutos, pero, trece minutos después, el reo seguía viviendo. Su cuerpo se puso rígido y tembló descontroladamente, levantó varias veces la cabeza y dijo palabras incongruentes.

Veinte minutos después, el director de la cárcel, dispuso frenar la ejecución y dio como excusa que hubo una falla en una vena que no permitió que los químicos ingresaran al delincuente y que el problema con la vena hizo que muriera después de cuarenta y tres minutos dramáticos de tortura. Más de trescientas personas han sido ejecutadas en Estados Unidos en esta última década y más de tres mil aún aguardan su turno. Algunos de los argumentos contra la pena de muerte son: no tener derecho sobre la vida humana; el riesgo del error judicial; resulta siendo una forma de tortura; no es disuasiva; no se ha probado la disminución de los delitos; atenta contra la dignidad humana; es inútil porque no es ejemplar.

Pero, el argumento que más fuerza me hace, para no permitir la pena de muerte en el Perú se halla en el riesgo del crimen judicial. Elfusilamiento del Vizconde de San Donás (1824); el fusilamiento “entre dos luces” de mi tío bisabuelo, el General Francisco Valle-Riestra (1836); los fusilamientos de cientos de compañeros en Trujillo (1932), nos previenen contra la judicatura.

Se dirá que fueron casos políticos. No interesa. Fueron aberraciones en las que intervinieron magistrados comunes y castrenses. Hasta hoy se debate si Jorge Villanueva (Monstruo de Armendáriz) fue el autor del asesinato y violación de un menor en 1956. El juez instructor del caso, Carlos Carranza Luna, al presenciar la ejecución en la penitenciaría, en diciembre de 1957, se le exorbitaron los ojos y tuvo que ser operado. Por terror. Y el forense de ese afer, Dr. Víctor Maurtua, declaró, cincuenta años después, que la causa real de la muerte del menor fue un atropello automovilístico.

Aquí los jueces no juzgan conforme al expediente, sino de acuerdo a los dictados de la prensa y a la comodidad de preferir su puesto a la justicia.


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