lunes, 11 de junio de 2012

O P I N I Ó N



Prevención contra el bullying



El acoso escolar es muy antiguo; ahora, por su ferocidad y perversidad, es reconocido como bullying debido a que en 1973 el estudioso Dan Olweus, en una investigación hecha en su natal Noruega, tuvo que realizar trabajos sobre acoso escolar, a raíz de la muerte de tres niños en un año.

Este nuevo término se deriva del inglés "bully" que literalmente significa 'matón o agresor'; en ese sentido, se trata de conductas que tienen que ver con intimidación, amenazas, insultos, tiranización sobre una víctima elegida.

El acoso escolar o bullying es continuo, y se presenta fundamentalmente entre escolares de edades comprendidas entre los 6 y 18 años.

Empero, la edad de mayor riesgo es entre los 11 y 15 años, porque se producen los cambios en los preadolescentes. Fue clamoroso el caso de la muerte de una menor estudiante, acosada durante tres meses, en la localidad de Massachusetts (Estados Unidos), quien fuera maltratada y asesinada por algunos compañeros de colegio el 15 de enero de 2010.

En el presente año, en nuestro país, sucedió con tres escolares de diferentes colegios de Lima y Ayacucho; uno ocurrió en la ciudad de Huamanga, donde una niña de 13 años se quitó la vida.

Los otros dos casos se registraron en la capital: una menor de 10 años se ahorcó en su vivienda de San Juan de Lurigancho, "porque en el colegio nadie quería juntarse con ella y le rompían sus cuadernos", y el otro fue el de una niña de 12 años víctima de discriminación racial, la llamaban "alpaca, serrana, chola cochina", por su procedencia andina y, además, sufría maltratos en su hogar.

Este grave fenómeno social debe ser prevenido y desterrado en nuestra sociedad. Es momento de que los profesores, padres de familia y autoridades en general tomen en cuenta estos hechos que conllevan graves pérdidas de vidas humanas a tan temprana edad, poniendo en riesgo a toda nuestra sociedad.

Maestros, padres de familia y los propios estudiantes tienen que establecer sistemas de prevención, vigilancia y observación para adoptar medidas adecuadas a tiempo.
 
 
 
 
Promoviendo la educación
 
 
 
La educación, por su importancia estratégica en el desarrollo nacional, ha recibido una preocupación social plasmada en los textos constitucionales a lo largo del siglo pasado y que indican los diferentes estadios de su concepción en el país.
 
Así, la Constitución de 1933 aspiraba a la contribución del sector privado para dar educación básica a los obreros que empleaba.
 
La Carta de 1979 asume la necesidad de lograr una educación con la mayor calidad posible y la de 1993 continúa esta visión de Estado, reconociendo y garantizando la libertad de enseñanza en su artículo 13 y otros del Capítulo Tercero, referente a los derechos sociales y económicos.
 
No solo se necesita una buena educación. Aspiramos a lograr el mejor sistema dentro "del estado del arte en la educación" para ser capaces de sostener el desarrollo económico, social y humano de nuestro país.
 
El desarrollo de la educación demanda recursos. El Estado y los constituyentes comprendieron que es indispensable la inversión privada para afrontar la necesidad educativa de la nación que, en una población joven como la peruana, es enorme.
 
El bono demográfico de nuestro país demanda que esa población joven se convierta en recurso valioso. Solo con educación de calidad la población será un factor estratégico para impulsar el desarrollo.
 
Para convocar la inversión privada hacia la tarea educativa, las constituciones del 79 y del 93 propusieron regímenes tributarios de excepción a quienes inviertan en educar y dejen de lado su deseo de gozar de los excedentes que la educación privada les pudiera generar.
 
El régimen tributario consagrado en la Constitución orienta al inversionista privado a invertir y no retirar sus utilidades sino a reinvertirlas, para mejorar la cobertura y calidad educativa.
 
Para ello, el Congreso y el Ejecutivo han venido utilizando dos estrategias. Para las instituciones asociativas (asociaciones sin fines de lucro), cada año el Congreso promulga una ley que las exonera del impuesto a la renta. A las instituciones societarias (sociedades anónimas con fines de lucro), pero que voluntariamente postergan su legitimo derecho a retirar sus utilidades en beneficio de la educación y las reinvierten, les otorga un crédito similar al impuesto a la renta.
 
Estos mecanismos han permitido que en los últimos quince años haya cambiado la realidad universitaria. La infraestructura educativa ha crecido en calidad y cantidad. No solo por la aparición de nuevas instituciones educativas, tanto asociativas como societarias, promovida por el DL 882 y las exoneraciones al IR, sino por la competencia que generó, propiciando que las antiguas instituciones universitarias se dinamizaran e hicieran inversiones para intentar mantener sus posiciones en el sector.
 
Este excelente resultado no ha estado exento de errores. Hemos crecido en cobertura y calidad, pero encontramos también instituciones públicas y privadas, asociativas y societarias cuya calidad puede ser cuestionada.
 
Tenemos todavía el reto de ampliar y modernizar la cobertura educativa y, sobre todo, mejorar la calidad de los procesos de aprendizaje, la inversión en investigación y, también, la gestión de la educación. El objetivo es lograr la más alta calidad, y ello implica mantener una inversión suficiente, además de consolidar los procesos de acreditación.
 
 
 
La Educación según Julio C.Tello
 
El pasado 3 de junio se cumplieron 65 años del fallecimiento de Julio C. Tello, sabio peruano, una luminaria de la ciencia de la arqueología y, a la vez, docente universitario y maestro secundario, también parlamentario. Su muerte acaeció estando internado en el Hospital Arzobispo Loayza.

En Perú, la faceta más conocida de Tello es la de ser arqueólogo, dejando de lado una de sus mayores cualidades, la de ser docente.

Don Julio, como se le solía llamar, fue un autóctono peruano que nació en Huarochirí, el 11 de abril de 1880.

Provenía de una humilde familia de campesinos. Siendo niño, por su intrepidez, se ganó el sobrenombre de Sharuko, voz quechua que se traduce como triunfador.

Este elogioso apelativo lo conservó hasta el fin de sus días, cuando trataba con sus paisanos y familiares.

Sus primeros estudios los realiza en su natal Huarochirí, para luego venir a Lima e ingresar al Colegio Nacional Nuestra Señora de Guadalupe.

Culminada esta etapa, ingresa a la Universidad de San Marcos con el fin de estudiar medicina, profesión que finaliza exitosamente con una brillante tesis titulada La antigüedad de la sífilis en el Perú.

Es becado a la Universidad de Harvard, siendo el primer peruano que obtuvo allí un doctorado en Arqueología. Luego de coronar sus estudios en los Estados Unidos, hace un periplo por Inglaterra, Francia y Alemania, con el fin de adquirir y afianzar sus conocimientos.

Una de las principales facetas del sabio, como ya lo mencionamos, fue la de ser docente, pues fue un maestro por antonomasia, proyectando sus conocimientos no solamente en las aulas de estudios (Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Pontificia Universidad Católica y colegio Antonio Raimondi), sino también en el ámbito de los mmuseos y otras instituciones en las cuales, mediante charlas, coloquios y conferencias, transmitía sus conocimientos.

A su regreso a Perú, desarrolla una monumental obra arqueológica, dándonos a conocer nuestras culturas milenarias, conocimientos que crean los cimientos de la identidad nacional y que nos hace sentir orgullosos de ser peruanos.

En los últimos tiempos se han realizado reformas educativas, tanto a nivel preuniversitario como universitario, pero se ha soslayado el hecho de que hace más de 90 años el maestro Tello, junto con el gran pensador José Antonio Encinas, había planteado la posibilidad de una reforma educativa acorde con nuestra heterogénea realidad nacional.

Siendo diputado por su tierra natal, Tello presentó un proyecto de ley de reforma educativa, que no fue entendido en su tiempo. En dicho proyecto, hace hincapié en que la educación debía ser pragmática, que se fomentara la investigación, que se realizasen trabajos de campo y, además, el desarrollo de monografías en la secundaria y en la universidad.

En 1907, Riva Agüero ya mencionaba que la universidad era una fábrica deficiente de profesionales burócratas.

Volviendo a Tello, su origen autóctono le permitió entender al hombre peruano, y no obstante que no era docente de escuela intentó defender el derecho del pueblo a la educación, teniendo especial interés en dar a conocer que el educando peruano se desarrollaba en un sistema educativo homogéneo sin tener en cuenta la pluralidad del alumnado, debido a su origen étnico, lingüístico, geográfico, así como su condición social y económica. Tello centró su atención en las dos etapas básicas de la educación: la preuniversitaria y la superior, poniendo de relieve un disloque existente hasta hoy entre ambas, que dificulta la formación de profesionales con excelencia académica.
 
En lo que respecta a la educación secundaria, incentivó el perfeccionamiento y la profesionalización de los maestros.

De acuerdo con Tello, la enseñanza debe ser pragmática y realista, alejada de la teoría, gestando currículos adecuados a la mentalidad del educando y, además, fomentando valores que nutran la identidad nacional, algo que no se realiza hasta la actualidad.

Sugiere que el educando obtenga el título profesional mediante el desarrollo de una tesis, que es un modo de demostrar la capacidad de investigar del egresado, no como ahora que muchas universidades otorgan un título a través de un examen de grado. Dio el ejemplo siendo profesor universitario, pues exigía a sus alumnos la redacción de dos monografías anuales, que eran debidamente evaluadas y calificadas.

A 65 años de su muerte, hemos querido recordar los enunciados del maestro, y no obstante el tiempo transcurrido creemos no equivocarnos en que sus proyectos educativos podrían estar sometidos a algunas modificaciones aplicadas a nuestra realidad contemporánea, pues la esencia de su pensamiento es que la educación primaria y secundaria, también llamada hoy básico regular, es la base de la educación superior.

Un acto de justicia para este prohombre de la República sería que al nombre del Museo de la Nación se le añadiese el de Julio C. Tello. Además, así como Jorge Basadre y Raúl Porras Barrenechea figuran con toda justicia en los billetes de 100 y 20 soles, se cerraría el trípode de nuestra historia presentando la figura del sabio Julio C. Tello en un billete.




EL DERECHO DE NO SABER OPINAR BIEN


Es positivo que veinte presidentes regionales se hayan reunido anteayer en Palacio con el presidente Ollanta Humala para expresarle, al margen de cualquier discrepancia, su respaldo luego de que Gregorio Santos anunciara su deseo de sacarlo del puesto, pero han actuado mal quienes han querido meterlo preso por ejercer su derecho de opinar.

Esto implica la posibilidad de expresar, de palabra o por escrito, lo que uno desee y que eso no implique un riesgo o una sanción, absolutamente al margen del sentido correcto o incorrecto de lo manifestado.
Por ello, es un error que el presidente Humala haya dicho en Tacna, hace dos días, que “todos tienen derecho a opinar, pero creo que los representantes del pueblo no solo tienen derecho sino la responsabilidad de saber opinar”, luego de que Gregorio Santos le preguntara a la plaza qué pasa cuando el presidente no cumple su palabra, para recibir como respuesta que “lo sacan”.

No deja de ser un buen deseo y, en todo caso, un derecho del presidente de la República creer que las autoridades deben “pensar bien” o “saber opinar”, pero el problema es quién determina, en última instancia, qué es políticamente correcto.

Obviamente, no hay nadie que pueda hacerlo y ahí radica, precisamente, el derecho de opinar, lo que lleva implícito el deber de tolerar opiniones distintas a las propias sin que ellosignifique un castigo por más poderosa que sea la persona que deba escuchar la discrepancia.

Eso debiera ser evidente pero no lo ha sido esta semana, lamentablemente, para personas que tienen poder e, incluso, el poder de tomar una decisión, de algún modo, sobre temas como el futuro de Santos.
Por ejemplo, el presidente del Tribunal Constitucional, Ernesto Álvarez, ha dicho que “a juzgar por los hechos escuchados y visualizados en la televisión, en los breves momentos que enfocan a Santos, podría encontrarse indicios de una apología a la rebelión”.

Peor aún, el fiscal de la Nación, José Peláez Bardales, quien podría tener una decisión más directa sobre la libertad de Santos, ha sostenido que este “está propiciando ahí un golpe de Estado, un acto de sedición que no se puede tolerar”. Lo más grave es que el fiscal no solo piense de esa manera sino que, como consecuencia, tome o avale decisiones que irían contra el sentido común y de la libertad ciudadana de opinar.

Gregorio Santos está muy equivocado cuando proclama la conveniencia de sacar del puesto al presidente Ollanta Humala, pero peor están los que, por discrepar con él, quieren aprovechar su error –político, no jurídico– para meterlo preso y sacarlo del mapa.
 

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