Autor:
Ricaldi Ramírez Ruiz *
En una idea o concepto muy primitivo que aun profeso fui a uno de los dos camposantos de mi ciudad natal Talara, en busca del recuerdo de amigos, familiares y me topé con una realidad muy ajena, diferente. Siempre tuve la percepción que Camposanto era sinónimo de silencio, respeto a un lugar precisamente "santo" donde yacen los que duermen después de la vida.
Cuando iba en una movilidad contratada rumbo a ese destino, cavilaba y cavilaba, buscaba en mi mente la oración, los mecanismos metafísicos de como conectarme en una comunicación exacta, conversa de ida y vuelta con los que ya están en otra dimensión.
Claro que existen vías, interacciones, penetración mental que muchos campos de saber han descifrado. Pero lamentablemente, yo no estoy preparado para ello, aunque sí lo deseo pues existen tantas cosas, recuerdos, imprecisiones que han quedado truncas, por repentinas desapariciones, muertes que no dieron lugar a una reposada despedida.
Muchas veces ingresamos al campo vedado del filosofar, del meditar como gurús, tratando de saber lo que no está permitido a un ser mortal. ¿Qué pasó, por qué te fuiste tan repentinamente, estabas enfermo y no te quejabas, no trasmitías nada? Respuestas que se piensa recoger en ese mundo en cuarta dimensión del silencio. Los camposantos, todos con calles, avenidas, nombres, jardines como en la realidad humana donde existen casas de ricos y pobres; así en el camposanto también se lucubra esa realidad… desde mausoleo costosísimos de mármol y los que sólo levantan una apolillada cruz de madera.
La diferencias entre esas ciudades de vivos y la de los muertos, es que estas últimas son urbes mudas, tal vez miran, pero no hablan, no responden. De día son visibles, pero de noche expresan silencios. Los camposantos son ciudadelas donde ya no existen las categorías sociales, las etnias, las razas, allí ya no yace el color ni la sangre. El negro, el blanco, el rubio, el cobrizo, todos están cubiertos con la misma sepultura, el manto de lo prescriptible.
En ese profundo meditar mientras mi movilidad se aproximaba al camposanto, me decía, es el lugar donde yacen todos, no existe ser humano ni existirá alguno que no venga a radicar en ellos definitivamente. Pensé en muchos seres humanos que fueron grandes para la vida: Pitágoras, Salomón, los evangelistas: Lucas, Marcos, Mateo, Juan… todos deben estar bajo una fosa, desde el primer Papa de la iglesia de Cristo, los hombres más inteligentes que pasaron por el tiempo, buenos y malos… todos tienen una obligatoria residencia.
El único por la condición de haber sido hombre y al mismo tiempo Dios, no nos gratifica con el calor de un señuelo. Cristo es la única excepción de la regla. La palabra que no admite el camposanto se dio en él: La Resurrección, pero cómo entender esto, cómo penetrar al Plan de Dios, para encontrar la explicación. Cómo entender al Creador que hizo una ley con nombre propio… la resurrección sólo para el hijo amado.
Con esta profunda meditación alcancé a comprender que era la mejor de mis oraciones, un entender y decir que a pesar que la muerte es muda, silenciosa, solitaria; nos permite extraer torrenciales contenidos vívidos que nos alimentan en sus recuerdos, en los entrañables vínculos con los que en algún momento compartimos. Descansen en Paz.
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