jueves, 24 de abril de 2014

“A toda máquina”, la columna de Jeronimo Centurión
 
 
Lea “A toda máquina”, la columna de Jeronimo CenturiónJuan Veloz se despierta a las 5 de la mañana. Le da un beso a María, su esposa. Ella se despertó antes que él para prepararle el desayuno. Sus 4 hijos aún duermen. Juan los mira con cariño y sale relajado. Se lleva un sanguchito para el camino. Camina tranquilo rumbo a su camioneta Couster.
 
Nada, nadie podría imaginar en lo que se “convertiría” minutos después. José es su compañero, compinche y boletero. Al verlo, le grita que se apure, que el Toro ya se sacó dos minutos de ventaja y que hay que meterle el fierro. Juan no se perturba. Sube al vehículo que conoce a la perfección, se acomoda a ritmo de salsa sensual en su asiento y arranca. El motor ruge. Llega a 90 por hora en 7 segundos. José sonríe. El rally ha comenzado y todo apunta a que este será un buen día.
 
Gisela es discapacitada. Tiene 21 años y un optimismo a prueba de balas. Sus muletas no sólo la han ayudado a caminar. Son como espadas y las ha usado para defenderse cuando alguien intentó molestarla o burlarse de ella. Es fanática de los comics. Fantasea con ser una súper héroe y que sus muletas lanzan rayos que usa para castigar a las malas personas y defender a la humanidad. En su fantasía tiene muchos amantes, pero ningún novio formal porque su compromiso más serio es con la justicia. Gisela estudia medicina. En la vida real también quiere salvar vidas y esta es la manera más directa que encontró para hacerlo.
La semana pasada Gisela salió de su casa en Lince rumbo a San Marcos. La noche anterior había estudiado para su examen de química y se sentía segura, relajada. Así esperaba su combi.
 
Mientras tanto, Juan ya le había sacado ventaja a sus primeros competidores. Iba veloz como el viento sorteando autos cancheros. Algunos pasajeros se quejan inútilmente. Otros celebran la audacia del chofer. José no escucha a nadie.
 
Únicamente dice lleva lleva. Sólo presta atención a los encargados de esa suerte de Pits que existen en varias esquinas de la capital. Personas que se dedican a calcular la distancia que hay entre combi y combi. Apuntan los minutos, los segundos que hay entre los distintos vehículos de transporte público. Tiene su libreta muy bien organizada y la información lista en el momento justo. Es realmente un rally y Juan va por la corona.
 
Juan pasa de segunda a tercera. De tercera a cuarta en plena avenida Arequipa, 90 kilómetros por hora. Un vehículo le corta la viada y Juan, que no es tonto, retrocede a toda velocidad. Él es canchero. Pone reversa, saca el pie del embrague rápidamente, se trepa a la vereda y atropella a Gisella, quien miraba hacia su izquierda. ¿Quién va a imaginar que una combi va a retroceder a esa velocidad?
 
La couster de Juan le pasó por encima. Gisella se golpeó la cabeza y murió en el acto.
 
Juan pensó en huir. Pero no pudo. El tráfico y los pasajeros se lo impidieron.
 
“No la vi”, dijo. No era la primera vez que le pasaba. Hace dos años había atropellado a una anciana que “se le cruzó”.
 
No existe cárcel efectiva para este tipo de asesinatos. Sólo una sanción administrativa. Juan lo sabe. Le da “pena la inválida”, pero ya no puede hacer nada.
 
Cada vez que manejo y me topo con choferes que manejan sus combis o enormes buses haciendo carrera, pasándose los rojos como si nada, me dan ganas de dispararle a las llantas. Los cierro. Los enfrento, intento hacer un poquito de justicia, no sé qué haría si se bajan a pelear. Supongo que intentar amedrentarlos con palabras, insultarlos y huir. Sólo eso.
 
Mientras tanto, la vida continúa igual de caótica, corrupta, informal, criminal. No está más Gisela. No merecía morir así. Sé que el Municipio de Lima tiene buenas intenciones, pero solos no lograrán nada. Algo debemos hacer. Pronto. Urgente.

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