martes, 21 de enero de 2014

VAN GOGH VUELVE A CASA.

Brabante, la provincia del sur de Holanda que linda con Bélgica, tiene dos hijos predilectos que fueron pintores: Vincent van Gogh (1853-1890) y Jerónimo Bosch, también llamado El Bosco (1450-1516). Del primero, el museo regional, Noordbrabants, solo poseía un pequeño lienzo de una campesina fechado en 1885. De El Bosco, ampliamente representado en Europa y Estados Unidos, sobre todo en el Prado, no tiene nada.

 El centro holandés acaba de saldar ahora la deuda con el primero. Ha reunido 11 cuadros de los inicios de Van Gogh, de paleta muy oscura, aprovechando una gran renovación interna que ha ganado una sala de 850 metros cuadrados. Allí, el pintor entronca con seis siglos de la historia del lugar donde nació y abordó temas de contenido social. Dos telas han sido cedidas por el empresario mexicano Carlos Slim. Para El Bosco, se prepara una antológica con motivo del quinto centenario de su muerte, en 2016.

“El Van Gogh de Brabante es un imán por su relación con el entorno”, asegura Fiona Zachariassen, jefa de colecciones del Noordbrabants Museum. “La mayoría de sus composiciones está en Ámsterdam, sin duda. Pero para entenderle hay que venir a la región donde empieza su aventura artística”. El Van Gogh retratista de la vida campesina de su tierra natal era un autodidacta que aplicó su compromiso social —y la decepción de no haber podido ser teólogo por desconocer el latín y el griego— a unos lienzos intensos y algo faltos de oficio. Son escenas cuyos protagonistas, agricultores o tejedores, acusan en el rostro las duras condiciones de vida en el campo. Una obra crítica que combina las denuncias de la literatura realista y naturalista, de autores como Zola o Dickens, leídos a fondo, con su esfuerzo por dominar el pincel.

 La época está marcada también por la oscuridad de las composiciones, que sobrepasa las brumas y cielos plomizos de su país. Tanto, que cuando por fin se traslada a Amberes en 1885 a petición de su hermano Theo, le sorprende lo sombrío de sus telas. “Es extraño que mis estudios parezcan más oscuros aquí de lo que yo hubiera pensado en el campo. ¿Será porque la luz resulta menos clara en cualquier parte de esta ciudad?”, pregunta, en una de sus cartas.

 Luego admite que se trata de lo contrario: los negros y marrones de su primera producción holandesa contrastan con el colorido del movimiento impresionista, que lo llena todo.

 Para la apertura de su nuevo espacio, el Noordbrabants ha colgado su propio Van Gogh junto a los ocho cuadros cedidos a largo plazo por sus colegas del museo del artista en Ámsterdam, el Rijksmuseum, la Agencia del Patrimonio Cultural y un coleccionista particular. Algunos títulos hablan por sí solos, como Campesina sentada con una cofia de diario (1885), Cesta de patatas (1885) o Aspas del molino de agua de Genneper (1884). La Rectoría de Nuenen (1885), donde residió dos años, es especialmente lúgubre. Y su Autorretrato con pipa (1886), ejecutado a los 33 años, parece mirar al espectador en busca de respuestas.

 Los dos últimos en sumarse al conjunto llegaron el pasado jueves al centro, abierto en la localidad de Den Bosch. Se trata de Pastor (1884) y Granja con campesino (1885). Aportados por la fundación del empresario mexicano Carlos Slim, proceden de su colección del Museo Soumaya, en Ciudad de México. Permanecerán en Holanda seis meses sobre el mismo fondo de pared amarillo que arropa al resto. La tonalidad elegida para el pabellón dedicado a Van Gogh tal vez sea más propia del trabajo posterior, pero refuerza el efecto psicológico del estallido de luz de su aventura francesa. Sirve, además, para subrayar el lazo irrompible entre sus paisanos campesinos y las labores artesanas y el mundo agrario recogido luego en Francia.

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