martes, 14 de enero de 2014

LA TRIBUNA


Cipriani no es cavernario


Imagen de Javier Valle RiestraTengo ochenta y dos años y setenta de aprismo. Siempre, –incluso en mis etapas más termocefálicas, como la de simpatía por Fidel Castro–, he estado identificado con la Iglesia. Esta posición se actualiza a raíz de las reprochables y egolátricas declaraciones de Vargas Llosa contra Juan Luis Cipriani. Vargas Llosa tiene delirio de Cónclave Vaticano y pide la destitución del Cardenal.

En declaraciones a “La República”, el escritor expresó textualmente: ‘Yo creo que hay que esperar del papa Francisco que estas autoridades de la Iglesia que representan las cavernas vayan siendo removidas y reemplazadas por obispos y arzobispos que estén mucho más impregnados de la mentalidad de cercanía, de justicia social que representa aparentemente el papa Francisco. Hay que desear que la nueva política del Vaticano llegue al Perú también’. Estas declaraciones además de injustas, son pintorescas porque provienen de alguien que se jacta de ser agnóstico; es decir, un desopinado en materia religiosa.

El Cardenal le ha replicado firmemente al afirmar que puede haber gente muy ilustrada que afirme “este cardenal es un cavernario, antiguo, que no tolera a nadie, que es un desastre, pero procuro enseñar lo que me enseñó la Iglesia”. Alegó además: no somos unos cavernarios que estamos hablándoles a los genios del progreso, solo me parece que para las personas sencillas que son mi público, estoy hablando las cosas con mucho cariño. Con esto no pretendo en lo absoluto descalificar a Vargas Llosa. Literariamente tiene un valor; aunque no le habría dado el Premio Nobel, agregó.

Aspiro a refutarlo, simplemente, porque no es viable que un incrédulo religiosamente pretenda reivindicar valores de la Iglesia. Recordar que el catolicismo ha luchado siempre por la reforma. Cometió el error de enfrentarse a los planteamientos primigenios de Lutero (Siglo XVI) que era solo un ortodoxo, pero si no se hubieran tomado medidas contra él y se hubiera asimilado muchos de sus contextos, la iglesia no se habría escindido.

La conducta posterior de Lutero a su expulsión, destrozó lo que ucrónicamente hablando pudo ser altamente positivo para el catolicismo. Hoy el Papa, con gran visión histórica está tratando de remediar las secuelas de lo acontecido en el siglo XVI. Si no aparecen saboteadores, el espíritu de las iglesias reformistas se disipará y podrá producirse un fenómeno de re-asimilación de lo que se dispersó. Nada nos separa. Todo nos une. Cristo es el eje.

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