TAMBOGRANDE, CASMA, MADRE DE DIOS, ETC, ETC.
El día de ayer recibí una llamada desde Tambogrande
para una entrevista radial con el objeto de analizar el tema de la seguridad
ciudadana, pues, por los datos recibidos, en dicha localidad los pobladores se
hallan en tierra de nadie y sin autoridades porque las mafias de ilegales
extractores de oro y de toda clase de delincuentes, han impuesto sus leyes del
terror, extorsionando, corrompiendo, asesinando, tanto o más que en Casma o en
Madre de Dios, llegando al descaro de poner en jaque a las autoridades a las
cuales también ha impuesto su cupo extorsivo.
Hay una queja común: el Estado no existe y las
autoridades que lo representan están de adorno en una zona tan convulsionada.
La reflexión es muy simple. Si los agitadores de
ayer que llevaron a la población a enfrentarse a grandes empresas mineras sin
importarles la gran inversión por el previsible peligro de contaminación de sus
aguas y suelos, lo evidente era que en esos suelos existía oro y que, donde hay
oro, van como hormigas toda clase de gentes y con ellos las mafias organizadas
para explotar ilegalmente (sin el sofisma de la informalidad) el preciado
metal, contaminando sin control alguno aquello que se quiso proteger de la gran
minería, pero además, contaminando socialmente a todos los sectores de la
población a los que han arrinconado sin contemplaciones y sometido a exacciones
extorsivas cuando y como les viene en gana, a quienes el Estado no protege con
autoridades que no pueden protegerse ni ellas mismas y menos perseguir
eficazmente a los delincuentes.
La lección también resulta simple. Si Conga no va,
las hormigas de la ilegalidad (mal llamada informalidad), no solo se volarán a
todos los cerros y secarán cualquier laguna sino que contaminarán todo sin
control. Lo más curioso de la entrevista radial fue conocer que aquellos que
lideraron las violentas movilizaciones antimineras se hallan ahora bajo fuego
intimidatorio y extorsivo de las mafias cuyo ingreso ellos propiciaron
indirectamente.
Hay que aprender de esas lecciones y exigir que el
Estado garantice las grandes inversiones pero también que sus mecanismos de
control eviten la contaminación, tanto mineral como social. A los delincuentes
hay que erradicarlos y pacificar las zonas afectadas, porque los Aranas y
Santos, finalmente, resultarían tontos útiles de la delincuencia.
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