Agradecimiento de un lector a Gabriel García
Márquez
Los que
humildemente rastreábamos tus pasos sabíamos que ya te estabas yendo, que lenta
y dolorosamente estabas transitando hacia el otro lado de la vida y que era
solo cuestión de tiempo. La noticia vino
a oficializar la inevitabilidad del desenlace. Somos conscientes del colosal vacío, ese
inmenso hoyo negro, que tu partida ha creado entre los que amábamos tus obras. Pero también estamos plenamente convencidos que
verdaderamente no te has ido, Gabo, que continuas existiendo en cada vocablo,
en cada pagina, en cada cuento, en cada novela que nos legó tu colosal ingenio. Y que seguirás persistiendo por los siglos y
los siglos mientras exista en el mundo un ser humano que suelte las riendas de la
imaginación en una de tus páginas.
Te has
muerto Gabo, físicamente, pero en realidad no te has ido, mientras en mi humilde
cabecera mantenga uno de tus libros, mientras las estanterías de las librerías
sigan llenas de tus obras, mientras en los laberinticos anaqueles de las bibliotecas
se preserven copias de las mismas, seguirás presente entre nosotros. Y este lúcido conocimiento de que tu espíritu
seguirá vagando por los incólumes corredores de tus libros, amortigua un poco el
caustico dolor y la profunda tristeza con que nos abruma tu mortal partida.
Muy
pronto saldrán a la luz las esperadas y valiosas reseñas de los expertos y
especialistas de tu obra. Se publicarán
penetrantes bosquejos de tu biografía y largos y escudriñados inventarios de la
descomunal herencia que nos dejas. Se
reeditarán, claro está, la mayoría de tus obras, y estoy esperanzado que se nos
premiará con alguna obra póstuma que tuviste la energía de acabar o, quizá,
dejaste sin acabar -que eso es lo de menos. No te conocí personalmente, pero en esta nota me
tomo la libertad de tutearte con esmerado respeto y llamarte Gabo porque tengo
entendido que así te llamaban tus seres queridos y los amigos que te amaban.
La
intención, el propósito de esta nota es simple y sencilla Gabo. Únicamente agradecerte por los gratos
momentos en que la lectura de tus obras hizo más entretenida, más llevadera y
más rica mi existencia. Gracias
sempiterno compañero de La mil y una noche de mi fantasiosa cabecera. Gracias
por la prodigiosa fuerza creadora de tu penetrante ingenio. Gracias por otorgarle
un nuevo ritmo, una cristalina efervescencia, una mística suavidad andina, una
colorida y flexible elasticidad, y una cadencia dulce y tropical a nuestra
mestiza lengua.
Gracias
por escrutar, con generosa compasión, los profundos recovecos de nuestra
identidad latinoamericana. Gracias por
mostrarnos el espejito mágico donde nos revelaste y delataste tal cual somos en
la desnudez de nuestras crudas pasiones y humanas flaquezas. Gracias por
ponderar también nuestras raras y caras virtudes. Gracias Gabo por haberte zambullido de cabeza
y sin salvavidas en los turbios pantanos de la historia literaria para emerger armado
con esa maravillosa varita que nos reveló la dimensión mágica escondida en la
ordinaria realidad de nuestro sufriente continente.
Gracias
Gabo por extraer la sabia esencia soterrada en la rica veta de nuestras ancestrales
tradiciones. Gracias por elevar a mito las
fantásticas historias con las que nuestras abuelas acurrucaban nuestros sueños
en las veladas infantiles. Gracias Gabo
por haber enriquecido mi imberbe imaginación y descolorida fantasía. Gracias Gabo por Macondo y la mítica saga de
los Buendía y por todo ese ejercito de personajes que pululan en el vasto
universo que creaste –y que es, en definidas cuentas, nuestro propio espejo.
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