MUNDIAL
El inexorable fin del mundo
Una vez más comienzan a proliferar los artículos que, de una u otra manera, abordan el sempiterno y sobado tópico del inexorable fin del mundo. Literatura en su mayoría de carácter sensacionalista y que existen con el único objetivo de explotar la ignorancia, la ingenuidad o simplemente la buena fe de un amplio sector de la población que cree, a pies juntillas, en los augurios, las predicciones y vaticinios de ingeniosos charlatanes. Charlatanes a su vez expertos en manipular la inseguridad y el miedo de la población y que , desafortunadamente, terminan produciendo el pánico o la histeria colectiva.
Adivinadores, videntes, profetas ambulantes, o visionarios que aducen o pretenden poseer la especial facultad de predecir el futuro, o poseer las claves de los secretos más arcanos del mundo, han existido a lo largo de toda la historia de la humanidad. La literatura al respecto es abundante. En la Edad Antigua el oráculo de mayor fama, entre muchos otros, fue el oráculo de Apolo en Delfi, en el monte Parnasos, Grecia, presidido por una sacerdotisa o pitonisa que protagonizaba el papel de médium entre los mortales y el Dios Apolo.
Lo trágico del asunto consistía en que esta modalidad de tomar decisiones, a veces de gran envergadura y basándose únicamente en las predicciones del oráculo, rigió los destinos de aquella civilización por más de 1000 largos años. Y era un fenómeno de carácter profundamente cultural y religioso que involucraba a todos los estratos económicos y sociales de la época.
Fueron igualmente famosas las sibilas o pitonisas distribuidas a lo largo del mediterráneo que vivían aisladas en grutas o cavernas y cuyas predicciones eran asimismo determinantes en las decisiones, de poca o alta envergadura, que tomaban las autoridades de alta jerarquía entre los que se contaban reyes, príncipes y jefes militares. La más famosa entre ellas fue la Sibila de Cumas, en la costa de Campania, Italia, y pintada por Miguel Ángel un milenio más tarde en la Capilla Sixtina, en el Vaticano.
Aunque por su naturaleza sumamente esotérica el concepto mismo del Apocalipsis es un tema muy controvertido, cabe recordar que ha estado siempre ligado a la tradición cristiana. El llamado Libro de las revelaciones, que forma parte del Nuevo Testamento, ha sido interpretado de diversas y a veces absurdas maneras.
Los orígenes mismos del cristianismo están vinculados a profecías de algunas de las pitonisas antes mencionadas. Incluso se alega que el vaticinio de la segunda venida de Cristo y el Juicio Final, está basado precisamente en una profecía de la Sibila de Cumas recogida en Las bucólicas de Virgilio.
Los orígenes mismos del cristianismo están vinculados a profecías de algunas de las pitonisas antes mencionadas. Incluso se alega que el vaticinio de la segunda venida de Cristo y el Juicio Final, está basado precisamente en una profecía de la Sibila de Cumas recogida en Las bucólicas de Virgilio.
Esta tradición cristiana está tan arraigada que aun hoy en día en la isla de Mallorca y en algunas ciudades catalanas durante la noche de navidad se representa en las iglesias el “Canto de la sibila”, un canto litúrgico gregoriano adaptado de la mitología clásica que profetiza el fin del mundo o juicio final.
Estas creencias, costumbres o supersticiones continúan a pesar de los grandes adelantos hechos por el conocimiento humano y el racionalismo escéptico y científico del siglo XX y principios del XXI. Han variado de formas y maneras y son ahora más sofisticadas en sus manifestaciones porque utilizan muchas veces la sicología y la ciencia popular para explicar la existencia de tales manifestaciones. Incluso, recientemente, no hace más de once años todos los que somos adultos podemos atestiguar sobre la histeria que en algunos lugares causó la profecía del Fin del Mundo al comienzo del milenio en curso, a finales de diciembre del año 2,000.
Y existe mucha gente, en todos los rincones del mundo y de todo nivel económico y social, que todavía consulta los horóscopos, se hace leer las cartas y las manos, recurre a curanderos, y cree al pie de la letra las profecías del Francés Miguel Nostradamus publicadas en 1555, y que no han cesado de serlo durante todos estos largos siglos porque, precisamente, apela a esta natural curiosidad que tenemos los humanos de querer saber, conocer y tener control sobre el futuro. Muchas veces es doloroso y angustiante vivir con la incertidumbre del mañana.
La última manifestación en esta interminable lista de profecías que han venido vaticinando nuestro apocalíptico final desde tiempos inmemoriales está basada en el calendario Maya cuyo ciclo termina en diciembre del año 2,012. La histeria actual se debe al hecho de que esta interpretación del calendario Maya coincide con un fenómeno muy natural que es el Solsticio de invierno que se producirá en diciembre y que alineará nuestro sistema solar con el centro de nuestra galaxia, la Vía Láctea. Fenómeno, por otro lado, que se puede explicar científicamente porque es una manifestación natural de la eterna dinámica que rige el cosmos.
Naturalmente, cada vez que surge una de estas profecías sus portavoces aducen, con argumentos que parecen convincentes, que “esta vez” es la verdadera. Y este hecho se agrava por la proliferación de algunos medios de comunicación que facilitan su difusión de manera más rápida y generalizada, pero que desafortunadamente carecen de un sistema de verificación científica inmediata.
Lo único que científicamente se ha establecido es que, a corto plazo, el único apocalipsis que producirá el fin del mundo será una guerra nuclear mundial o algún accidente nuclear de serias proporciones. La otra manera, también de nuestra propia cosecha, es la criminal contaminación del medio ambiente, el calentamiento global, las catástrofes producidas por el cambio climático, y la destrucción de la atmosfera por la incesante emisión de dióxido de carbono y otros gases contaminantes peligrosísimos para la sobrevivencia de la vida en el planeta.
A largo plazo, eventual, inevitable, e inexorablemente habrá un fin del mundo. Pero será el resultado natural del proceso de evolución del universo. Pero no sucederá hasta dentro de algunos millones de años, y para entonces quizá ya estaremos poblando otros mundos siderales, si es que duramos tanto como especie. Al respecto, hay un librito muy interesante titulado “Como terminará” escrito por el astrónomo Chris Impey, en el que enmarca esta conversación del fin del mundo dentro de parámetros científicos. La obra es un estudio sistemático de todo el gradual y lento proceso evolutivo que inexorablemente culminará en la total extinción de la vida, de la tierra, del sistema solar y eventualmente del universo entero.
Tal vez exista una explicación lógica a este fenómeno que no es muy diferente a la de las creencias religiosas tradicionales. Y es la necesidad perentoria del ser humano de querer trascender las limitaciones que impone la realidad circundante, por un lado, y la dolorosa consciencia de su propia mortalidad y consecuente confrontación con la incertidumbre del mas allá, por el otro.
En conclusión, por el momento todavía tenemos historia para rato, así que a seguir viviendo y laborando, y a prepararse para celebrar la navidad y el año nuevo que es la mejor defensa contra esta histeria inútil que no tiene fundamento racional o científico alguno.
HILDEYARDO RAMIREZ PAREDES (*)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario