miércoles, 17 de agosto de 2011

OPINIÓN…Las cinco llagas de Talara

Autor:
Andrés Abad Tejada (*)

Hace muchos años un famoso sacerdote italiano, A. Rosmini, escribió un libro que tituló "Las cinco llagas de la Iglesia". A muchos les gustó, pero a muchos más les disgustó. A todos nos molesta y nos preocupa que el médico diagnostique una grave enfermedad, que celosamente ocultamos a la curiosidad de la gente. Dado que este escrito está dedicado a la provincia de Talara, pero principalmente al distrito capital Pariñas, y a los graves problemas que aquejan a este puerto, tengo el atrevimiento de diagnosticar algunas de las llagas que empañan su rostro.

La primera llaga es la contaminación. Muchos de nosotros, sin el menor sentido de lo que significa ser ciudadanos, contaminamos diariamente nuestras calles y plazas, arrojamos la basura aunque esto moleste a los demás, pintarrajeamos las paredes, arrancamos plantas y pisoteamos jardines, etc., etc... Junto a esto, está la presencia de empresas industriales dedicadas a la explotación de petróleo y gas que emanan humo y a veces gases que se perciben por la ciudad. Algunos dicen que es el precio que hay que pagar para que haya trabajo y dinero; sin embargo, esta es una gran mentira ya que en nuestra ciudad el desempleo campea por doquier. Lo que sí es cierto que hoy nuestra bahía es en un mar contaminado.

La segunda llaga, la insolidaridad. Son muchos y preocupantes los indicadores de que la solidaridad humana se está apagando en muchas áreas de nuestra vida social. El ruido y la vorágine de nuestra ciudad no nos permiten escuchar el inmenso clamor del sufrimiento humano. La lucha diaria por la vida concentra la preocupación en los propios asuntos y problemas. Una difusa filosofía que comparten casi todos los estamentos de la sociedad, sanciona el individualismo y absolutiza las propias aspiraciones, contribuyendo a esa insolidaridad tan extendida. El "no me cuente usted su vida" es un eslogan que, implícita o explícitamente, revela nuestra falta de solidaridad. Se debe esto, sin duda alguna, al denso materialismo que se ha convertido en sistema de pensamiento, método de lectura y valoración de la realidad y también en un programa de conducta.

Tercera llaga, la corrupción. A diario y a través de los medios de comunicación social, comprobamos cómo se ha quebrado el comportamiento moral y, lo que es más grave, cómo se anestesia la conciencia hasta perder la sensibilidad. La corrupción de los hombres públicos (la entidades privadas no se escapan a esta lacra), el enriquecimiento ilícito, "el pago de diezmos" -reprobado, pero en la práctica aceptado como un mal menor-, la defraudación de impuestos, el cinismo con que los medios de comunicación social deforman las noticias y el servilismo que profesan ante el poder de turno, los despidos arbitrarios poniendo como pretexto la crisis global o el aumento del salario mínimo vital, la valoración de la mentira como legítima arma política, etc., nos hablan de una sociedad carcomida por la corrupción, invadida por un cáncer. Si la corrupción hubiera sido castigada y no amparada, menos aún encubierta por aquellos que administran la justicia y velan por el cumplimiento de la ley, tendríamos una sociedad más sana y transparente. La corrupción arruina la confianza y la esperanza se esfuma y muere.

Cuarta llaga, la inseguridad. Probablemente como reacción ante tanta pobreza, el desempleo y la exclusión, muchos de nuestros jóvenes han optado por la violencia y, en esa escalada, no respetan ni siquiera la vida humana. Qué puede esperar la sociedad de esas hordas juveniles que atentan contra la propiedad pública y privada. ¿Acaso no somos todos responsables de esta lacra social que ha causado tanto sufrimiento en muchas familias talareñas?

Quinta llaga, la desestructuración familiar. Muchos de nosotros aceptamos una práctica que la moral descalifica. Ya no llama la atención la naturalidad con la que son asumidos por los jóvenes las relaciones prematrimoniales sin medir las consecuencias, las aventuras extramatrimoniales, la separación de muchos matrimonios, la práctica generalizada de abortos clandestinos, el abandono de los hijos, la promiscuidad sexual, las uniones de hecho y las parejas que no asumen compromisos definitivos, etc. Todo esto nos está indicando cuán deteriorada está la institución de la familia, célula básica de la sociedad. Nos olvidamos que la familia es el hábitat natural de los hombres; ahí aprendemos a valorar aquello que nos hará falta en la vida.

Cuando esto falla, no queda otro camino que el resentimiento, la barbarie o la violencia. Dentro de todo este contexto, es tiempo de cambiar. Salvo mejor parecer.

(*) Comunicador Social.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario